René Leiva

Sin duda que a don José la desconocida, por serlo, por haber aparecido el nombre escrito de manera fortuita en su incursión nocturna a la Conservaduría, cual difusa y oportuna gracia, cuajó en él a manera de un designio, una posibilidad, un poema no dicho y apenas intuido, el signo esperado cuya espera se ignora. Y por ser desconocida, aunque no precisamente, pues ella tiene un nombre, deber ser, tiene que ser innombrable… Empero don José lo conoce, por supuesto, y conocer el nombre, nombrarlo mental y verbalmente, es, cabalmente, apoderarse un poco de él, de su contenido, su significación, más allá de la letra y del vocablo repetido, hacer menos velada su incógnita y menos improbable la diferida delación de tal nombre, dotarlo entonces de tiempo y espacio, carne y hueso, todo lo negado por el orden catalogador de la Conservaduría General del Registro Civil.

A la desconocida, su nombre innominado, don José le da contenido casi pigmaliónico… ¿Enamorarse no ya de una escultura de propia factura sino de un nombre extraño, una abstracción? ¿Qué tanto hay, habrá durante la búsqueda fragmentada (no a cincelazos) de él en ella? ¿Qué tanto había en la idealizada Dulcinea del Toboso del propio Don Quijote?

Cuando, oh cursilería, la conjunción de dos miradas entre obstáculos visuales y de toda índole será sólo el embrión de lo imposible. ¿Y cuando únicamente hay una mirada y ésta se dirige al vacío o más bien carece de rumbo? ¿Qué es, qué sería el prefracaso?

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El recipiente mental/sensitivo/imaginativo/emocional/sensual/espiritual… que precisamente recibe lo leído le otorga por fuerza (involuntaria) otra significación, gradual y matizada, al texto impreso -impreso-; una suerte de subversión y transgresión y transmutación de los minerales verbales/conceptuales… Un obvio diferente receptáculo también transitivo donde nunca se empoza la lectura sino más bien adquiere propiedades calidoscópicas en que lo único que permanece es lo cambiante de la elocución así liberada… Un proceso de fermentación de las significaciones en que éstas transforman el sentido del sentir… Pues imposible leer sin íntimas digresiones, sin distracciones y abstracciones, sin algún conato de apostasía pasajera… Porque leer no es leer.

Cuando paralelo y simultáneo al acto de leer, pero un tanto involuntario o semiinconsciente, se incursiona por las áreas marginales del texto, en sus costuras, hilvanes, parches y remiendos ocultos o simulados… Se aprecia borrones y tachones en la nitidez tipográfica de la impresión, el visaje resignado del papel cuando comienza a envejecer, cuando el paso de la vista y las huellas dactilares deshidratan las palabras, todos los nombres… Se encuentra cuanto falta.

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(En el país de la eterna hay gente que se alegró del asesinato perpetrado contra el obispo Juan Gerardi; del holocausto de 41 niñas en el hogar peligroso; se alegra cuando colegialas en barrios marginales son acribilladas; cuando un carro arrolla a escolares por protestas callejeras; etcétera. La ultraderecha en el país de la eterna sólo tiene alma, digamos, en asuntos de dinero y del glorioso mercado que afecten sus sagrados intereses, según el filósofo y analista independiente Perogrullo Morales C.)

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