Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Por pensar en la gente más allá de mi círculo me han dicho, quienes se esconden en perfiles falsos, que soy de izquierda y mientras ese sea el “gran insulto”, como dicen en el golf “adelante y suerte”, pero nos guste o no, vivimos en medio de una triste realidad que no depende de las ideologías ni de las pasiones.

Columnas-sbadoLa gente se muere de hambre, no tiene salud para desarrollarse ni educación para prepararse y para nuestra juventud el camino ofrece algunas opciones, pero pocas alentadoras. La muerte provocada por alguien siempre está ahí como opción (1,758 jóvenes fallecieron de 2015 al 9 de marzo de 2017), la necesidad de trabajar para ayudar a la familia no deja de ser una necesidad (al menos 2.5 millones de jóvenes no fueron a las escuelas en 2016) y si se quiere hacer dinero fácil y rápido, las mafias del crimen son un buen semillero para quienes deciden recorrer ese camino.

Mientras eso ocurre, se dice que para cambiar la realidad del país lo que se necesita es inversión y para eso se necesitan reglas claras, pero muy poco se habla de que en las condiciones actuales, tener inversión seria (de esa que se da en otros países, como Costa Rica por ejemplo), es muy difícil.

Los buenos empresarios de aquí y los del mundo que nos voltean a ver, la tienen complicada porque hacer las cosas bien no es fácil dado que el sistema tiene incentivos para que todo camine más rápido si las cosas se hacen mal y por eso yo sostengo que el nuestro es un Estado criminal que por un lado exige una mordida para “autorizar algo” y por el otro, pretende dar certeza jurídica a algo que nació chueco y esa realidad, enturbia el futuro y anula cualquier real “certeza” porque ésta nunca puede existir cuando algo se obtiene por una mordida, por un ofrecimiento de negocio, por financiamiento electoral o por tráfico de influencias. Por si fuera poco, Guatemala es un país con un sistema de justicia colapsado que permite, mediante el litigio malicioso, entrampar la justicia con el afán de asegurar que ésta nunca sea “pronta y cumplida” y que eso dé paso a que las maquinarias de impunidad logren hacer su trabajo en alguna instancia y así evitar que la justicia funcione. Aunado a eso, también tenemos el caso de que los buenos jueces y miembros del sistema que hacen las cosas bien, enfrentan un calvario porque al igual que el Estado, el sistema tiene incentivos para que la gente opte por hacer las cosas mal (es más fácil y rentable les dicen).

He sostenido que independientemente de que en el país se recaude mucho o poco, el dinero nunca servirá para atender las necesidades de todos los guatemaltecos porque opera un excelente sistema en el que la rendición de cuentas brilla por su ausencia y por ello es que los políticos y sus aliados, se han dado a la tarea de copar la Contraloría General de Cuentas para asegurar que ese sea el primer freno de los trinquetes con dinero del Estado.

Si aún no se ha convencido de la situación en la que estamos, debemos señalar que nuestro sistema político se ha convertido en una “pistocracia” en la que si usted quiere optar a participar en política, tiene que pagar o vender su alma al diablo porque los partidos se han convertido en empresas rentables que se nutren de ganancias vendiendo casillas y puestos de elección al mejor postor. Además, eso explica por qué nuestro Congreso es el primer freno a cualquier cambio estructural al sistema, porque los “Padres de la Patria”, no quieren poner en riesgo la gallina de los huevos de oro.

Y así abundan los ejemplos, pero nada de esto se podrá resolver si como sociedad nos enfrascamos en una guerra ideológica y estéril en la que no entramos al fondo de las cosas, limitándonos únicamente en que si todo lo que pasa es un tema de izquierda o derecha.

Es válido decir que a la lucha contra la corrupción le faltan muchos personajes, pero eso no puede ni debe detener un esfuerzo por empezar a aplicar la ley en un país en donde la rendición de cuentas se ve como sinónimo de atropello y persecución.

Hoy, los que tenemos oportunidades, podemos creer que el Estado actual de las cosas nos afecta pero “no tanto” y ese es el peor error que puede cometer una élite que está llamada a liderar el cambio. Cambiar el país es un tema de justicia, pero si eso se estima que es muy “progresista”, entonces digamos que si Guatemala no cambia no se podrá seguir haciendo más dinero porque en estas condiciones no hay sostenibilidad y porque si la gente no tiene oportunidades, hay menos mercado para los bienes y servicios que se ofrecen.

Guatemala va a cambiar en la medida en la que nos escandalice el presente y tengamos la madurez para debatir con argumentos; si tenemos la humildad y la madurez que nos permita encontrar terreno común para construir sobre lo que nos une y no destruir sobre lo que nos divide, quizá logremos el objetivo.

Como todo en la vida, el país que tenemos depende de lo que estemos dispuestos a luchar por él.

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