Alfonso Mata

Suele escucharse una y otra vez, quizá como excusa, que por nuestro origen y por nuestro destino, los guatemaltecos somos diferentes al resto del mundo, pero lo que vale la pena de saber es –sí eso tiene algo de verdad- en qué y por qué.

Como todos los humanos que pueblan la tierra, nuestro origen parte de una herencia biológica rica en potencialidades para desarrollar el sistema de relación adecuado con nuestro ambiente natural y social y como todos, dedicamos nuestros mayores esfuerzos a sobrevivir. Poseemos componentes y herramientas para cumplir con esa misión central, dependiendo de dónde nos ubiquemos en nuestro medio y sociedad.

Sin embargo y los acontecimientos diarios en nuestro territorio nos lo confirma, no hemos logrado pasar de la explotación de unos a otros que traemos desde la conquista y la colonización, a la oportunidad y equidad entre grupos; de la insatisfacción de las necesidades básicas (mínimos vitales) a lograr una vida digna para todos, basada en derechos. Todo eso resulta así -en parte- porque no hemos logrado transformar la acumulación de nuestras experiencias productivas, de cerebración funcional, de desarrollo cultural de nuestros grupos sociales, en un acontecimiento nacional, portador de un estilo de vida, que llene a la mayoría. No hemos podido dar el paso de lo deseable al derecho y no lo hemos dado, en parte, porque el trabajo productivo que hacemos, no actúa como eje motor, como portador, de actos de valor hacia un mejor estilo de vida, ni es un selector adecuado de medios. El trabajo más que una necesidad humana, lo vemos como una obligación pesada y llena de insatisfacciones. Por lo tanto, carecemos y no hemos logrado establecer formas de comunicación, de pensamiento, de relaciones sociales, para crear no un concepto, sino un modo de vivir como nación, sin colonizados ni colonizadores y sin pensamientos y comportamientos ligados a eso.

Para entender el comportamiento tan contradictorio del hombre y mujer guatemalteca, tenemos que superar no solo conceptos puramente biológicos y de resignación ante el destino, que no consideran nuestra evolución psicosocial y funcional, sino determinar y manifestar los errores derivados de eso. Todos nacemos animales y estamos obligados a humanizarnos, a aprender a ser humanos y eso lo hacemos en el medio ambiente sociocultural que nos rodea desde el momento de nacer. Es a un ambiente óptimo para ello y para todos, a que debe apuntar una nación.

De tal manera que una primera tarea que debemos realizar, es comprender el comportamiento humano a que da lugar nuestra cultura, lo que significa, entender cómo los grupos humanos que habitan nuestras fronteras, se han desarrollado históricamente a la par de su desarrollo biológico y de su historia social y cultural. Son los comportamientos humanos, los que juegan un rol importante en la evolución de los grupos humanos (profesionales, políticos, religiosos, militares, artesanales, campesinos) porque determinan y constituyen la vía por la cual se llega a medios de vida, que dan acceso y permiten disfrutar los derechos y a través de ellos, un estilo de vida digno y de bienestar.

Sin embargo, nuestra organización familiar, psicosocial, política, educativa y religiosa, lo que ha creado son comportamientos contradictorios que facilitan y favorecen “malestares” de todo tipo, que exacerban la agresividad y criminalidad social en todas sus manifestaciones y que llevan a desarrollo culturales variados, injustos que chocan entre sí, configurando economías y organizaciones grupales (individual, aldeanas, de producción mercantilista, etc.) con lógica económica y de relaciones sociales diferentes, opuestas y que luchan y se bloquean, generando variedad y gravedad de riesgos económicos, biológicos y psicosociales, disímiles y de naturaleza diferente en cada grupo, impactando siempre sobre los más débiles y desposeídos, con mayor frecuencia y severidad.

Sabemos que todo lo anterior -la debilidad de la ética y la impotencia de la justicia en nuestra sociedad nos lo señala- influye sobre el caminar histórico de un pueblo y su desvalorización, síntoma inconfundible de cualidades y prestaciones perdidas, que exime al hombre de su responsabilidad con abandono del bienestar y el aparecimiento diario de personas que no pueden sustraerse a las tensiones y que termina creando, una sociedad con mezcla de manifestaciones antisociales violentas, neuróticas y depresivas. Nuestro desarrollo político-social actual con esas características, no parece que apuesta al bienestar del individuo.

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