Raúl Molina

No importa si el Presidente estadounidense se encuentra retorciendo brazos en el continente americano, Guatemala tiene la obligación moral de rechazar, tajantemente, los intentos de Estados Unidos por intervenir militarmente en Venezuela. La trágica intervención en Guatemala en 1954 no debería repetirse jamás, luego de conocerse la verdad por detrás de ella y de las intervenciones desde la de Cuba (fracasada) y República Dominicana en los 60, hasta la de Chile, Nicaragua (detenida por la comunidad internacional), Granada, Panamá y Haití, posteriormente. No puede inaugurarse el siglo XXI con una infame intervención en Venezuela. Haber abierto el caso de este país en la OEA, obra de la administración de Obama y el tristemente célebre Secretario General Almagro, no puede terminar con el envío de fuerzas militares contra el gobierno legítimo de Maduro.

La ecuación de ahora es más compleja que la que se dio en Guatemala y más parecida a la del golpe de Pinochet y sus secuaces civiles, como el recién fallecido Edwards, y militares anticonstitucionalistas de las fuerzas armadas y Carabineros de Chile. Se originó con una oposición interna, organizada y financiada por el presidente Bush Jr., contra Hugo Chávez, que fue fortalecida al máximo por Obama, pese a sus reiteradas derrotas electorales. Fallecido Chávez, con sumas de dinero enviadas por Washington, y ante la caída de los precios del petróleo que ha enfrentado Maduro, la oposición logró hacerse del Congreso, victoria que fue respetada por la Revolución Bolivariana. Desde ese núcleo de poder político, ha tratado de sacar al Presidente por medio de un boicot de alimentos y medicinas, una intensa y generalizada campaña mediática y recurriendo a plantear un referendo revocatorio, primero, el inconstitucional desconocimiento de Maduro como presidente en enero y, ahora, la exigencia de elecciones adelantadas. Para ello, congregan manifestaciones en las ciudades, en las cuales quieren provocar muertes, no importa de cuál lado, para instar a que el gobierno sea aislado internacionalmente. La estrategia va más lejos: el presidente Trump no quiere que el plan de Obama tenga éxito y quiere usar sus garras para quedarse con la parte de Venezuela que tiene petróleo. Para ello se entrenan paramilitares en Colombia (¿y en Guatemala?) y se entrenan tropas latinoamericanas en asuntos de desastres, en Guatemala, como ejércitos “aliados” (tropas a movilizar para la “protección” del petróleo venezolano, que ha de ser controlado por la oposición). Que el conflicto cause cientos de miles de muertos es secundario; es solamente “daño colateral”.

Para evitar este apocalipsis en la Gran Colombia de Bolívar, Guatemala, con altura moral, debe suspender su cooperación militar con los planes intervencionistas, aunque se pinten de “obras samaritanas”, negar el voto en la OEA que propugnan las nefastas orientaciones de Almagro y apoyar la mediación política del Papa Francisco. Hay salida política que deje en el pueblo venezolano la solución, por la vía electoral y legal, y la definición de su futuro, sin injerencia extranjera.

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