René Leiva
La modesta, breve, inmediata pero tensa y subvsersiva aventura de don José, sus primeros lances, su pesca de gripe y falta al trabajo, su pequeña casa llena de sospechosas trazas de anomalías para la percepción menos perspicaz, tales variantes en su vida tenían que intrigar y alertar, hasta donde eso es posible, el inconmovible aparato burocrático y la rigidez jerárquica de la Conservaduría General, a tal punto que don José, más sorprendido y temeroso que agradecido, se ve con auxilio médico de parte y por órdenes del conservador. Otro eslabón inédito, indicador de que el individuo por solitario y en secreto que delinie el cauce de su rumbo, siempre encontrará afluentes también secretos y solitarios, sin los que no daría ni el primer paso. (El individualista supuestamente autosuficiente y libérrimo parece un ciego tanteador entre muchas otras sombras, negador de los infinitos hilos que lo mueven. Es conocido el caso simplón del que tropieza, cae, se levanta y asegura que era su soberana voluntad caerse. ¿No es acaso alguna especie de contradicción la inútil rebeldía del ego contra su envoltura múltiple?)
En su repentina pero sedimentada tarea de atar cabos don José ha dejado algunos cabos sueltos, y tan visibles que él mismo es uno de ellos. De buscador devendrá en buscado. De ir tras una desconocida alguna voluntad des/conocida irá tras él. De todos los nombres únicamente el suyo será conocido, dicho, expresado, cabalmente nombrado. Su singularidad es un muñeco de trapo atravesado por incontables alfileres ciertamente plurales, los mismos que para cualquiera.
El humano es un supuesto elemento simple que al contacto, así sea a distancia, con otros elementos también humanos e igual de supuestamente simples adquiere una complejidad monstruosa, casi tóxica, casi insoportable, casi mortal. Todo eso, en razonables dosis, tiene que ver con don José.
El conservador en persona visita a don José en su, ajá, lecho de enfermo. En persona (expresión que no aparece así en el texto) sólo puede significar que el conservador es precisamente él, el hombre de carne y hueso, la entidad física y moral que siempre ha sido y conocido por los demás, y no alguien más, algún otro que se le parece o se hace pasar por él, o que llega como su delegado o en representación suya o en su nombre. No. De ninguna manera, señoras y señores. Ante don José, el conservador en persona debe entenderse, y así es, que es él mismo y que está presente; ser y estar, tiempo y espacio. Qué duda cabe.
Con tantos casos inusitados, impresiones y emociones de alta intensidad, la visita de un subdirector, del médico, el propio conservador (ya se dijo que en persona), a don José tenía que desorientársele el espíritu, ese aliento y mecanismo interno suyo acostumbrado a la rutina y los moldes conductuales prefabricados. Desorientado, el espíritu hace de calles paralelas un laberinto, hace de la propia cama un cayuco en corriente desbordada. Etcétera.
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(A un año de que Radio Faro (supuesto Patrimonio Cultural de la Nación) pasó a manos usurpadoras del amiguetismo moralesivo, el oportunismo y arribismo politiqueros, la mediocridad más cachimbira, la hipocresía, el rencor cerril, la chusma chafarotesca… ¡Uf!)