Eduardo Blandón

Películas como la aparecida el año pasado, dirigida por Oliver Stone, titulada “Snowden”, no pueden sino hacernos pensar en la invasión a la privacidad a la que hemos llegado y la suerte próxima que nos espera.  Todo ligado al almacenamiento de datos obtenidos a expensas de nuestro asentimiento ingenuo.

Como se sabe, las grandes compañías informáticas, Google, Facebook, Microsoft, Amazon y Apple, entre otras, obtienen de sus usuarios información que, aunque dicen guardar celosamente, los hechos revelan la fragilidad del compromiso tanto por las tentaciones del mercado, como por las presiones gubernamentales que intentan conocer más de lo necesario.

Por ello, no es exagerada la prudencia de algunos y la fobia de otros, que piden responsabilidad a las instituciones para el resguardo de la información.  Dicho temor quedó expresado en días pasados, en un informe publicado por El País, en el que se indica el porcentaje creciente de españoles que evitan las redes sociales por considerarlas una amenaza a la privacidad.

El resumen dice así: “Entre los tres millones de internautas españoles van a contracorriente y no utilizan las redes sociales (el 14% del total), la mayoría es de hombres (un 62%), con un promedio de edad de 44 años. Afirman que no lo hacen por falta de interés y tiempo, pero el estudio refleja que la principal razón es la privacidad. Ese resultado coincide con los de la Encuesta de Usuarios en Internet, Navegantes en la Red, publicada el pasado marzo, que muestran que el español se siente cada vez menos protegido en Internet: un 53% teme por la seguridad y privacidad de sus datos y el 46% se siente vigilado”.

Si bien la realidad española dista mucho de la nuestra, no es ajeno a nosotros el riesgo incurrido al depositar nuestra información en la red.  El rastro que dejamos al conectarnos puede beneficiar tanto a las grandes compañías, al gobierno, como también a la delincuencia común.  Debemos ser cautos, desconfiados y vigilantes, para no ser víctimas de la tecnología, esa parece ser la moraleja dejada por Oliver Stone y que debemos sin duda considerar.

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