Luis Enrique Pérez
El Presidente de la República, Jimmy Morales, ha declarado que “la verdad es la verdad”. Es una aplicación extraordinaria del principio lógico de identidad, que puede ser enunciado así, en su modalidad más popular: “todo ser es idéntico a él mismo”, es decir, no es posible que un ser no sea idéntico a él mismo, porque si no lo fuera, entonces no sería ese mismo ser, sino otro. Algunas versiones más recientes, enuncian así el principio de identidad: “p implica p”, o un ser se implica a él mismo. Me consuela que el presidente Jimmy Morales no haya declarado que “la verdad no es la verdad” o que haya declarado que, en general, un ser no es idéntico a él mismo. Aristóteles habría sido impresionado. Sin duda, el presidente Morales posee fantástica sabiduría. Sabe que un ser es idéntico a él mismo.
Es evidente que el conocimiento humano sobre la verdad ha progresado, o intenta progresar; pero para tal progreso no solo se necesita saber que “la verdad es la verdad”, como si alguien pretendiera curarse de una enfermedad por saber que “la salud es la salud”. La cuestión esencial es que, a partir del principio de identidad, que es un supremo y abstracto fundamento del pensamiento lógico humano, tenemos que investigar cuál es la verdad. Y por investigar qué es la verdad, y no por repetir que la “verdad es la verdad”, reducimos nuestra ignorancia o incrementamos nuestro conocimiento.
El presidente Morales tiene una fabulosa aptitud para la paradoja, es decir, para expresar opiniones que parecen discrepar del sentido común. Tiene tal aptitud porque, por ejemplo, dijo que “no es fácil gobernar un pueblo difícil de gobernar.” ¿Cómo sería fácil gobernar un pueblo difícil, si precisamente la dificultad impide gobernarlo fácilmente? ¿O cómo sería difícil gobernar un pueblo fácil si, precisamente la facilidad, permite gobernarlo fácilmente? Nuestro gobernante fue, entonces, paradójicamente muy atinado, porque no es fácil, sino difícil, gobernar un pueblo difícil; y no es difícil, sino fácil, gobernar un pueblo fácil. Sería un fenómeno extraño que fuera difícil gobernar un pueblo fácil, o que fuera fácil gobernar un pueblo difícil. Adicionalmente, ¿ignoraba él que gobernar nuestro país era difícil? Si no lo ignoraba, ¿se sentía apto para gobernarlo? Y si sabía que gobernarlo era fácil, ¿por qué no ha gobernado con mayor eficacia?
La sabiduría del presidente Morales no excluye la imprecisión; lo cual es explicable, porque él posee naturaleza finita, y porque ningún ser humano es falible, es decir, incapaz de cometer un error. Precisamente declaró el presidente Morales que Sócrates, el filósofo ateniense, había dicho: “Sé que no sé nada.” Estrictamente, es imposible no saber nada, porque por lo menos se puede saber que somos ignorantes. Sócrates reconoció, en la obra “Apología de Sócrates”, de Platón, que él era más sabio que otros seres humanos; pero esa sabiduría consistía en que él no pretendía saber lo que aquellos otros pretendían saber. “Por consiguiente, yo no pretendo saber lo que no sé… yo puedo ser más sabio que otros seres humanos, porque no pretendo saber lo que no sé.” En suma: aquello que estrictamente Sócrates dijo es, no que nada sabía, sino que tenía un saber que consistía en pretender saber lo que no sabía.
En un acto funeral, el presidente Morales aportó una nueva versión de su llanto; y aludió a Jesús, que lloró cuando murió Lázaro. Empero, ni la persona que falleció, por quien lloró el presidente Morales, era Lázaro, ni el mismo presidente Morales era Jesús. En una comparación, deben conservarse las proporciones entre los seres comparados, y evitar grotescas exageraciones que colindan con lo absurdo.
Post scritptum. El presidente Morales, por supuesto, puede tener asesores que sean filósofos, como pretendía tenerlos el viejo tirano Dion, de Siracusa. Uno de esos asesores era Platón. El presidente Morales puede tener esos asesores, y no pretender ser él mismo filósofo, autor de frases ansiosas de imposible inmortalidad. Tenerlos, y no pretender ser él mismo filósofo, es más sensato, antes de que alguna nueva ridiculez se agregue a los atributos del gobernante.







