Carlos Soto Pineda

Conozco devotos cargadores que comulgan con el ejemplo, entre ellos mi hijo que carga desde hace 15 años, pero también a otros a los que importan más las apariencias, ante todo la vestimenta, el «tacuche» -obscuro como casi todos sus actos- que uniforme los pecados, los hechos y por realizar… por tramar; la madrileña, la mantilla que esconda, que cubra los «malos pensamientos» o disimule los deseos reprimidos de emancipación.

La pasión, tortura, vejación de Cristo parece poco importar a los «feligreses», que si no van con veisalgia (goma), van agresivos por la desvelada y tener que levantarse temprano… despotricando, apresurando a la madre o a la hermana que les hace el favor de llevarlos hasta el lugar del «turno» o hasta el atrio de la iglesia… porque éste año sí les alcanzó la «bendición» de no «chuparse el pisto» para poder comprar el turno de «honor» y así lograr «sacar la procesión» y sudar el anda para «ganarse» la absolución por la borrachera y la trifulca de hoy en la madrugada… «porque el que carga y peca empata».

Por amor a mi compañera de vida, como un ejercicio de tolerancia más que de fe, ésta Semana Santa acudí al 90% de procesiones, y mi nivel de asombro volvió a ponerse a prueba una vez más; estaba acostumbrado a ver a «el P» y a «M» cargando, -amigos de infancia, crápulas a los que tengo cariño, tarambanas, nieto uno de Coronel del ejército del siglo pasado, e hijos ambos de burócratas jubilados y de devotas madres amas de casa, que por darles todo lo que a ellos les hizo falta, criaron hijos libertinos, de moral disoluta- pero me encontré como integrantes en Directivas de Hermandades y dirigiendo cortejos a personas que deberían estar o en la prisión del Mariscal Zavala o en cárceles de máxima seguridad.

Ver al abogado timador, estafador, enredador de procesos, traidor profesional, a las secretarias de una Orden Religiosa, que de secretarias ni el nombre, pues de confidentes pasan a infidentes, desleales, abusivas; ver sudando y con los ojos cerrados, «soportando» el anda -vaya que deben pesar los pecados- al ginecólogo que reniega del aborto y subsiste realizando legrados a señoritas con las posibilidades de pagarlos, y el colmo, un exministro de Salud portando el estandarte, en señal de penitencia, el que en lugar de llevar el escudo de la Hermandad debería llevar la «letra escarlata», no sólo por adúltero sino por ladrón y cómplice directo de la paupérrima situación de la red hospitalaria y sanitaria del país.

El cucurucho va entrando a misa… disfrazado de cordero… se da golpes en el pecho… pero es muy duro ese cuero.

Y a muchas de las devotas cargadoras les caería bien cantar antes de levantar el anda: «si la gula toca tu corazón y te dice déjame entrar… dile no, no, no… Cristo vive en mi… no hay lugar para ti».

Lo bueno de esto es que muchos «personajes» le facilitaron el álbum fotográfico actualizado a la CICIG, para armar perfiles investigativos recientes y por venir, pues salieron -entacuchados- debajo la de saya del anonimato (al menos fílmico) y ojalá pronto de las enaguas de la impunidad.

Vaya doble moral o será «doble morral», lleno de disfraces y caretas compungidas.

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