Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Por las cosas que pasan en nuestro mundo, muchas veces no vemos penas que se han convertido en realidades eternas. En Guatemala y en el mundo se dan “crisis” recurrentes que nos nublan el juicio para tocar y debatir sobre las causas estructurales de nuestros problemas más importantes; a todo lo que pasa y nos distrae en el país, ahora le debemos sumar el riesgo de que surja una tercera, ridícula y sangrienta guerra mundial gracias en parte a egos incontrolables, inmadureces peligrosas y a la doble moral que en ocasiones afecta a la política exterior de Estado Unidos.

Y traigo a colación todo lo anterior, porque lo que ocurre en la cotidianidad no nos ha permitido ver la miseria en la que día a día viven muchos de los nuestros y que ayer quedó parcialmente evidenciada (y digo que de forma parcial porque no es lo mismo leerlo que vivirlo en carne propia) en el reportaje El Naranjo: así es vivir en una aldea olvidada en la frontera sur del país de nuestra periodista Kimberly López.

En el trabajo periodístico se le da seguimiento a otro reportaje de Kimberly del 9 de junio de 2016, en donde también se abordó el tema “El círculo del hambre en el Corredor Seco aumenta 185% en un año”; literalmente se le dio seguimiento a la terrible situación que sufre 8.7% de la población que vive en los departamentos que componen el llamado “corredor seco” porque las causas que originan el problema y las carencias que deben enfrentar día a día, siguen latentes.

“Aquí la vida es dura, tal vez más para el hombre que para la mujer” dice doña Ovidia López, madre de nueve hijos, abuela de 20 nietos y habitante de la aldea El Naranjo, ubicada en el municipio de Comapa, Jutiapa. No gozan de un servicio de agua sino que se dicen “afortunados” porque tienen cerca un nacimiento de agua. Según doña Ovidia con eso cocinan, beben agua y limpian la casa puesto que si desean bañarse es mejor ir al nacimiento y ocupar el espacio que “cada familia tiene asignado”.

Algunos caminan 45 minutos para ir por el vital líquido y otros como doña Ovidia, caminan solo 10 minutos. Pero pensemos en los no muchos que tenemos oportunidades, abrimos un chorro tras caminar algunos pocos pasos y con eso obtenemos agua; ahora imagine, por un segundo, estar en los pies de los habitantes de El Naranjo. Energía tuvieron hasta en el 2014 lo que significó un logro para la comunidad.

En la casa de doña Ovidia no hay baño perteneciendo al 5% de la población, que en pleno Siglo XXI no tiene ningún tipo de servicio sanitario; para que se haga una idea, solo el 42.9% de la población tiene un inodoro conectado a una red de drenaje. Se quejan que cuando los afecta una enfermedad se la pueden detectar, pero no curar porque no hay medicinas. Así se los dijeron en el centro de salud de Comapa.

Por si todo eso fuera poco, deben sortear el hambre dependiendo lo que se coseche. “Una vez no hubo frijol, otro año no hubo maíz. Con el frijol fue difícil, imagínese, si es lo que más comemos aquí, pues aquí todo mundo come frijol y tortilla”. Ellos comen, como millones, solo lo que logran cosechar.

Y cómo no ser pesimistas sobre su futuro si la escuela más cercana queda a 30 minutos en carro, pero como bien dice el reportaje, “ese es un lujo que la mayoría de familias no puede costear”.

Saber que todo lo anterior pasa (y ha pasado desde siempre) en nuestra tierra, que es algo recurrente a lo largo y ancho del país y que lo sufren millones de los nuestros en pleno siglo XXI, simplemente es algo que no nos debería dejar dormir. ¿Qué vamos a hacer para que ya no dejemos atrás a nuestra gente?

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