Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

La fecha del 16 de abril deberá quedar grabada en la memoria de los guatemaltecos porque con un año de diferencia, en ese día, se destaparon dos negocios asquerosos que son parte, apenas una parte, del mar de corrupción que ha sufrido Guatemala y que se traduce en el atraso del país y el empobrecimiento de su gente. Mientras la mayoría de guatemaltecos languidecen confiando en apenas sobrevivir, sus políticos se han dedicado a poner al Estado al servicio de la corrupción y ello queda demostrado con dos negocios que fueron destapados por CICIG y MP con un año de diferencia, entre el 16 de abril de 2015 con La Línea y el 16 de abril de 2016 con TCQ.

No deja de ser una paradoja que en ambos casos el trinquete sigue viento en popa sin que haya habido un cambio significativo aunque los responsables estén en la cárcel. Las aduanas siguen siendo el reino de la corrupción y mientras los vistas se ensañan con cualquier pasajero que entra por la Terminal Aérea, en las otras aduanas pasan volando los contenedores como si tal cosa porque a pesar de la certeza, nada ha cambiado realmente. Y en la Terminal de Contenedores Quetzal ocurre otro tanto porque el negocio que surgió de una mordida de treinta millones de dólares no sufrió ningún menoscabo por las investigaciones y los nuevos dueños, que le compraron al mafioso español del soborno supuestamente sin enterarse de la pícara acción, lograron un auténtico borrón y cuenta nueva al disponer de un gobierno complaciente, de una Procuradora General de la Nación cómplice y de un interventor que se dio a conocer como “columnista” en los medios que lavaron el dinero de Erick Archila y que resultó más eficiente que bonito para echar a andar el negocio a pesar de su pestilencia.

Y hoy, veinticuatro y doce meses más tarde, los guatemaltecos simplemente nos cruzamos de brazos no sólo ante la evidencia de que esos negocios siguen como si nada, sino ante la clara e irrefutable verdad que el país sigue como si nada, con la corrupción haciendo estragos en un pueblo que no atina a encontrar su futuro porque simplemente no queremos que nada cambie ni nos esforzamos porque ello pueda ocurrir.

Los mismos vistas de aduanas, los mismos europeos mafiosos que montaron el negocio de los contenedores, operan con la mayor tranquilidad e insolencia para demostrarle a este pueblo que de nada sirve la lucha contra la corrupción y la impunidad mientras el ciudadano no la haga suya y no se encabrone, perdón la expresión pero no se me viene otra que explique gráficamente lo que deberíamos estar sintiendo los ciudadanos al saber que pese a tanta alharaca, a tanta bulla, a tanta algarabía por las capturas de la Baldetti y de Pérez Molina, aquí nada cambió realmente. Ni nada va a cambiar porque la horchata que corre por nuestras venas es demasiado espesa como para tener siquiera un arrebato, un aire con remolino, que mande al chorizo a tanto largo que ayer debe haber reído a carcajadas al ver que, a pesar de las evidencias, los negocios siguen viento en popa.

Artículo anteriorAlgunas reflexiones de Semana Santa 2017
Artículo siguiente¿Gobierno contra Robinson?