Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

Andrés ha construído una procesión con sus juguetes y otros materiales, se entretiene horas y días en esta faena, pues los juegos de moda lo tienen sin cuidado. Este ya no es solo un juego. Al parecer, se ha convertido en una verdadera devoción, que viene inexplicablemente desde el interior del niño.

Andrés llama a su mamá al trabajo, con una petición urgente.

– «Ahí te acordás de comprar un Jesús del Santo Entierro».
– «Pero ¿para qué?», contesta ella.
– «Para hacer el Santo Entierro. Ya no puedo usar a la Virgen porque la Virgen ya es Virgen, ya? y no puedo usar al Jesús que está cargando la cruz.»
– Después de una pausa agrega: «Tambien me hacen falta aserrín y corozo.»

Desde que ha podido hablar, este chico demostró una atracción por las procesiones. Quizás comenzó cuando vio una por primera vez, en frente de su casa en los brazos de su abuelo, «Papa». Desde la perspectiva de un niño pequeño, es natural imaginar cómo se plasmaron para siempre en él las imágenes de las gigantescas andas mecerse de lado a lado, sobre un mar púrpura de cucuruchos cuyos rostros expresaban auténtica devoción. Sobre los hombros de los cargadores se recreaban las escenas más conmovedoras de la pasión cristiana, invadiendo todos los sentidos de Andrés. Sus ojos se impregnaron de las formas y los colores intensos de las alfombras, de la belleza de las imágenes, pero sobre todo, se encontraron con la mirada triste de la Virgen, y con el dolor del mundo en los ojos del Señor. Sus fosas nasales se impregnaron de corozo e incienso, y su corazón latió al compás de la marcha de la «Caridad de Guadalquivir». Para un niño con extraordinaria sensibilidad de espíritu, la anterior exposición de la fiesta pascual tuvo un impacto que marcó su vida para siempre.

Siguiendo un llamado inexplicable para su familia, Andrés revive estas escenas una y otra vez. Durante todo el año, sus juegos se centran en reconstruir sus procesiones favoritas. Utiliza trozos de madera, legos, cajas de zapatos y todo lo que su imaginación le dicte. Pero es durante la Cuaresma y la Semana Mayor, que espera con más ilusión, para recrear sus favoritas: «el Santo Entierro, la Resurrección, Jesús Nazareno de Candelaria». A cada una le agrega lemas alusivos, insignias, flores, animales, ángeles. Para las procesiones nocturnas, el rostro del Señor Crucificado es iluminado con una pequeña linterna. Su mamá le ha venido comprando las imágenes para cada ocasión. Ahora, la procesión de turno es la de la Virgen del Santo Entierro. Tiene hasta una escalerita para bajar a Jesús, una cebra, un tigre y un ángel que flota, gracias al ingenio del niño.

En esta Semana Santa me he asomado a la ventana de la casa de Andrés, que como muchas otras familias, vive la intensidad de la época y un sincretismo de fe y tradiciones, que marcan la identidad del corazón de la ciudad de Guatemala. No se trata únicamente de una postal de representaciones vacías, sino una llena de fe y pasión cristiana.

La familia de este pequeño sabe que tiene a un enviado especial en casa. La fe de un niño, como semilla de mostaza, crece y se multiplica a su alrededor. En un costado del anda que acaba de construir, hay un letrero que dice, con incipiente caligrafía: «Dios te ve, te cuida y te salva de todo mal.»

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