Entramos hoy al descanso de la Semana Santa que constituye la vacación por excelencia de los guatemaltecos en la que se combina la devoción espiritual con la época que acá llamamos verano para ofrecer toda una gama de oportunidades para el descanso y esparcimiento, así como para la reflexión profunda del sentido de nuestra vida.

Con esto último en mente, debemos entender que vivimos una etapa crucial en la historia del país y que está en juego el futuro nuestro y de nuestros descendientes. Nunca como ahora había estado tan claro el panorama sobre nuestra realidad, plagada de vicios que se basan en la corrupción y la impunidad y que debemos enfrentar con madurez cívica y firmeza para ponerle fin a décadas de postergar nuestra responsabilidad ciudadana para erradicar esos males y repudiar de manera firme, tajante e intolerante, a todos los sinvergüenzas que han sacado provecho a esas deficiencias de nuestra estructura política.

Nadie con dos dedos de frente y una onza de decencia, puede suponer que Guatemala tiene futuro en estas condiciones. El sistema está montado para que únicamente los más descarados y oportunistas puedan sacarle provecho a las bondades del país y de esa cuenta es que nuestra gente lleva generaciones de irse quedando atrás, sin oportunidad de mejorar sus precarias condiciones de vida más que pensando en la migración o, en el caso de los jóvenes, involucrarse en las pandillas que ofrecen una vida corta, pero con acceso a bienes que la sociedad no les ofrece.

Debemos reconocer que la supuesta máxima representación nacional, llamada a ser el instrumento de la transformación para generar condiciones distintas, ha sido hábilmente copada por los pícaros que hicieron precisamente del Congreso su reducto para propiciar toda clase de negocios y además edificar el parapeto del sistema podrido.

Justamente el objetivo ciudadano deber ser la depuración del Congreso de la República para permitir que la Asamblea pueda refundar el Estado a partir de un nuevo contrato social que ponga fin a los vicios actuales y que privilegie el servicio público honesto para beneficio de la población. Lamentablemente se agotaron todas las otras propuestas para reestructurar el sistema y lo que vimos fue que los diputados, lejos de atender ese clamor de la ciudadanía, lo que hicieron fue cerrar filas para proteger sus podridos privilegios.

De esa cuenta no queda sino agarrar las fuerzas necesarias para el último empujón que hace falta para la depuración del sistema político que no llegará ni gracias al TSE ni a la CICIG y el MP sino que depende, finalmente, de los ciudadanos.

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