Luis Fernández Molina

El evangelio de la última semana nos recuerda la escena de la resurrección de Lázaro. Está tan impregnado este momento en la memoria colectiva que el nombre de Lázaro es sinónimo de resurrección, de levantamiento, de milagro. San Juan nos ubica en Betania, en casa de Marta, María y su hermano Lázaro. Casi nos parece un lugar familiar, porque en anterior ocasión Jesús expresa allí una de las frases más trascendentes: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.” Fue su respuesta ante el reclamo de la hacendosa y buena Marta frente la rendida postración de una María que enjugaba sus pies con sus cabellos. Digo trascendente porque en la agitación ruidosa de estos tiempos, vivimos atribulados y en medio de la confusión exageramos el valor de las cosas mundanas (la vanidad o los contratiempos). Deberíamos buscar la armonía del silencio y procurar esa “única cosa” de la que hay necesidad.

Es claro que Lázaro y hermanas, eran buenos amigos del Maestro al punto que lloró frente a su tumba; aquí se demarcan las dos naturalezas de Cristo en una temática teológica muy profunda que no puedo abordar por razones de espacio y no ser docto en esa especialidad. ¿Jesús, el hijo de Dios, llorando? Pero hay algo más en este evangelio. Lázaro empezó a caminar cuando le quitaron las vendas. Es claro que luego departió con el grupo doliente –y luego sorprendido– que había llegado a la cueva donde estaba enterrado. Sin embargo, nadie le preguntó ¿Cómo te fue en estos cuatro días? ¿Qué viste Lázaro? ¿Qué sentiste?

Es claro que los evangelistas tenían una misión divina que cumplieron a cabalidad. No eran periodistas ni reporteros que transmitieran las noticias. De haberlo sido lo hubieran acorralado con los micrófonos en plena cara. Le hubieran hecho las preguntas de arriba. En todo caso ¿Qué hubiera contestado Lázaro? ¿En dónde estuvo? Después de todo es un ser humano que estaba muerto, hasta olía mal.

Otra ocasión que hubiera sido enriquecedora es con ocasión del interrogatorio de Pilatos. Dijo Jesús: “Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. De inmediato Pilatos preguntó: “Y ¿qué es la verdad?” No es claro el texto si Jesús iba o no a responder, en todo caso ya Pilatos había salido otra vez donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro ningún delito en El.” A continuación se desarrolló la votación del reo al que habría de liberar. Escogieron a Barrabás ¡viva la democracia! Por eso la pregunta se quedó suspendida en el infinito: “¿Qué es la verdad?” Es una pena inconmensurable que Pilatos se haya precipitado, acaso temeroso, y no esperó a que Cristo contestara. ¿Qué iba a decir? De haber contestado tal vez nos hubiéramos ahorrado muchos siglos de discernimiento e interminables debates, hasta luchas, por encontrar la verdad.

Bien por las vacaciones de verano, por el “spring break”, muy necesario en estos ambientes laborales muy estresados. Algunos se van a la playa otros a la montaña, o al pueblo de origen. Es bueno visitar a los familiares. Muchos se quedan en la ciudad y se encierran en casa o van a procesiones. Cada uno conmemora según su propia interpretación. En todo caso es bueno que por momentos al menos tomemos algún texto bíblico y lo leamos y meditemos.

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