Alfredo Saavedra
Desde Canadá.─ Judea, escenario donde se desarrolla la vida de Jesús, se desenvolvía en un momento de acción política, cuyo epicentro estaba situado en el proceso de sojuzgamiento bajo la dominación del Imperio romano, con las características comunes históricamente al rol del imperialismo sobre el mundo existente en esa época y al que sobrevendría con el descubrimiento de nuevos territorios en tiempos posteriores.
En esas condiciones la figura de Jesús, en el carácter de su papel como anunciador de proclamas de contenido socialista por sus referencias sobre la reivindicación de los pobres, clase de la que provenía, asustó a la cumbre de poder. Desde su advenimiento al mundo, se incubó el miedo de la clase dominante por el pregón, con base supuesta en las profecías, de un presunto reinado, lo que en su vida adulta lo condenó a caer para las autoridades locales en la categoría de subversivo. En otras palabras, un enemigo del régimen.
Llevado ante Poncio Pilato, gobernador de Judea, bajo acusación de insurrecto, pareció estar bajo el beneficio de la simpatía del regente romano. Simpatía derivada por el equívoco de considerar a Jesús, equitativo en su justificación de que había que «dar al César, lo que es del César.» Eso resultado de la intencionada trampa tendida por los fariseos, cuando la anécdota de la moneda, que los dejó satisfechos también, en que había que «dar a Dios, lo que es de Dios». Genial zafada la de Jesús, que Pilato interpretó que su compareciente estaba de acuerdo con la tributación en servicio de su gobierno.
Por intriga de El Gran Sanedrín, asamblea o corte suprema con un sumo sacerdote y 70 hombres prominentes de la nación, tal vez todos sinvergüenzas, como los de ahora, y Caifás sumo sacerdote, éste remitió a Jesús ante el prefecto Pilatos, quien, como se instituye en la Biblia, no encontró culpabilidad en el reo y se lo envió de regreso a Caifás, quien a su vez se lo retornó a Pilato en un absurdo juego de «lleva y trae». Con motivo de la celebración de la Pascua judía, se acostumbraba liberar a un preso y en esas condiciones Pilato propuso a una multitud reunida frente al pretor, escoger entre Jesús y Barrabás para dejar en libertad a uno de los dos.
Aquí conviene una aclaración. A través de la historia la insurrección ha caído, por mandato del poder predominante, bajo la índole delincuencial, de ahí que Barrabás, un insurgente peleando contra la ocupación romana y por añadidura contra el poder dominante aliado del imperialismo, fue de alguna forma categorizado como delincuente y el arte y la historia oficial lo discriminan con las figuraciones más denigrantes posibles. Cierto que por su calidad de «guerrillero» su condición de actuar y sobrevivir implicaba actos dentro de desobediencia del orden institucional.
Es de suponer que la muchedumbre, como grupo ofendido por los ocupantes y la clase privilegiada, se inclinaría por quien estaba de su parte en una lucha de tendencia liberadora y no con el credo pacifista de Jesús, con la recomendación de «poner la otra mejilla al recibir un golpe en la primera». Y sobre todo la promesa de un «reino que no era de este mundo.» Es decir, el reino de un «mundo raro» que no resolvía los problemas de ese momento. De manera que la multitud se inclinó por la libertad del temerario patriota Barrabás y no la del manso Jesús que, aún siendo buena gente, pagaría con su propio sacrificio en la cruz. (Información basada en el libro The Jesús Papers, de Michael Baigent y de la enciclopedia Who’s Who in the Bible) – Continuará.