Eduardo Blandón

El diagnóstico del señor Iván Velásquez, comisionado de la CICIG, es acertado.  El aparato funciona al servicio de la impunidad y fue construido a la medida de los intereses de los pícaros.  No cabe duda.  Así como que, aún no hemos tocado fondo y las fuerzas del mal conspiran para revolver las aguas y regresar donde estábamos.

Sus declaraciones deben interpretarse más allá de lo que sabemos.  Velásquez nos pone en guardia fundamentalmente para proteger las pequeñas conquistas que se han dado, con sus defectos e imperfecciones.  Nos advierte que no se ha dicho la última palabra y que debemos seguir empujando para que los pícaros no solo se sonrojen al leer los periódicos, sino que paguen con justicia sus fechorías en las cárceles.

Es una labor de todos, aunque solo sean algunos valientes los que den la cara.  Hay que respaldarlos, acuerparlos y acompañarlos a efecto de que no se sientan solos y los pillos los apuñalen en un callejón solitario.  La meta es constituir una cultura de justicia en el que resulte bochornoso el asalto y se castigue con certeza a los delincuentes, cualquiera sea su presentación.

La impunidad debe quedarse en los libros de historia, ubicado en el lugar de uno de los capítulos de vergüenza.  Resaltando los nombres que protagonizaron la infamia: Pérez Molina, Baldetti Elías, et alt… sin soslayar el pasado oprobioso inaugurado desde el gobierno de Cerezo Arévalo.  Hacer memoria del descaro, la patraña y la omisión de una sociedad civil que jugó a la indiferencia.

Hay mucho por hacer, dice Velásquez, pero lo más importante es haber empezado. Corresponde seguir el relato del discurso de la justicia y hacer oídos sordos a la trama conspiradora que sale de los cucaracheros de los cuarteles.  Estar alertas de las maniobras de quienes contratan plumas y ejecutan ardides contra los funcionarios que son punta de lanza contra la impunidad.  Ser valientes para dar la estocada final al aparato impune que no se resigna a desaparecer.

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