Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

La parte medular de la reforma constitucional que fue propuesta al Congreso de la República está en la forma de integrar nuestras Cortes de manera que puedan operar sin las interferencias que se derivan de la cooptación del sistema de justicia, y para ello se intentó dar preeminencia a la carrera judicial, lo que eliminaría el papel protagónico que juegan operadores, criminales o políticos, que rondan el proceso de las Comisiones de Postulación.

Alguna gente piensa que nuestro Sistema de Justicia actual no es buen punto de partida para que sea la carrera judicial el semillero de nuestros magistrados, pero la verdad es que muchos de los juzgadores que actualmente se desempeñan en distintos juzgados, Salas de Apelaciones y Cortes, actuarían de manera muy distinta si no tienen que andar pensando en que deben quedar bien con los que en verdad deciden a quién se postula y a quién se margina. Jueces que se involucran en el trabajo precisamente porque tienen vocación muchas veces se desvían porque de no ceder a las condiciones que plantean los operadores de los poderes ocultos verían terminada su carrera en la administración de justicia.

En cambio, si la carrera judicial se encarga de eficientes sistemas de evaluación, los buenos jueces serían los que tienen el futuro asegurado, mientras que aquellos que tienen que enfrentar a cada rato proceso disciplinarios son los que van quedando fuera en un proceso natural de depuración que haría un gran beneficio a la lucha contra la impunidad en nuestro país.

Es un hecho que vivimos en condiciones totalmente anormales, tanto así que como ciudadanía hemos llegado paradójicamente a asumir como la cosa más normal del mundo el convivir con la corrupción como una práctica diaria. No puede haber anomalía mayor que esa aberración para entender nuestro rol como ciudadanos y para comprender que ningún país ni sociedad tiene posibilidades en tanto se mantenga esa visión tan funesta. Porque enseñamos a las nuevas generaciones que la corrupción no es más que un medio para obtener diversos fines que nos permiten satisfacer nuestras ambiciones, no digamos nuestras necesidades.

Cuando alguna persona me ha cuestionado el tema de una reforma al Sector Justicia que coloque en el centro del proceso de designación el valor de la carrera judicial, siempre respondo que la mayoría de juzgadores que terminan sirviendo al régimen de impunidad lo hacen porque el sistema no premia al honrado sino que lo hace con el que sabe quedar bien con quienes mueven los tentáculos desde los poderes ocultos. Aquí un buen juez no tiene estímulo alguno mientras que aquel que se coloca hábilmente al servicio de los poderes fácticos, garantiza una meteórica carrera porque al ganarse la confianza de los que tienen el control efectivo de la justicia pueden hasta empezar a soñar en ocupar alguna de las más altas magistraturas.

Y eso es lo que debemos cambiar. Que cada juez sepa que su futuro depende de su capacidad y de su probidad, como ocurre en otros lugares del mundo. Ese estímulo será suficiente para producir un cambio cualitativo en el aparato judicial.

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