Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Siempre he pensado que tras lo ocurrido en el 2015 nos iba a llegar un momento en el que nos teníamos que definir, puesto que los dobles discursos, la doble moral y la hipocresía no tendrían cabida en una nueva Guatemala.

Claro que tener distintas opiniones no es lo identificado con anterioridad y creo que la base de una democracia es que los ciudadanos podamos debatir y defender nuestros puntos con pasión, respeto y sobre todo argumentos, pero lo que vemos en el país no es un debate de “altura” sino las expresiones de aquellos que cada día se han tenido que ir desenmascarando más para evitar a toda costa que se eliminen los privilegios que dan la corrupción y la impunidad.

Un tema de salud me dejó fuera de las páginas el jueves, pero el martes hacía hincapié en que desde dos mundos diferentes, las autoridades indígenas y un abogado que atiende a las clases más altas del país, encontraban puntos en común quizá sin haberse puesto de acuerdo, y mi opinión es que eso demuestra que sí hay gente que desea cambios reales y que solo se requiere de un poco más de voluntad y madurez para encontrar ese terreno común.

Los enemigos del cambio son amigos de la desinformación, de las campañas negras y de hacer las cosas sin dar la cara y por eso es que usted ve redes de cuentas anónimas que tienen epicentros muy claros y marcados por la forma en que retwitean/comparten los mensajes. Ellos también sin hablarse quizá (o talvez están más juntos de lo que se cree) se han terminado uniendo por la causa común de que las cosas no cambien.

De todo hay en la viña del Señor, pero resulta que muchos sindicados de distintos orígenes sociales se han terminado uniendo en argumentos en contra del avance de la justicia, pero lo curioso es que no plantean más alternativas que detener todo lo que está pasando y regresar al pasado.

Plantean que la aplicación de la ley es un freno al desarrollo y seguro pensarán que en los países con más desarrollo humano existía un sistema basado en privilegios, corrupción, impunidad y tráfico de influencias.

La situación actual de las cosas no solo no ofrece futuro a millones, sino que, además, no plantea sostenibilidad a quienes desde el sector privado están haciendo las cosas bien y honradamente.

El que desea obtener una licencia estatal o municipal por las buenas, por ejemplo, vive un calvario que no experimenta el pícaro (salvo que lo capturen) y es entonces en dónde dicen que es una injusticia la aplicación de la ley, cuando en realidad lo que procedería decir es que el sistema es una vaina que debemos cambiar.

Yo me resisto a pensar que la nueva Guatemala descanse sobre premisas de más impunidad, más corrupción, privilegios y tráfico de influencias y si de verdad eso es lo que se desea, entonces luego nadie se podrá sorprender cuando este país estalle, todo reviente en mil pedazos y debamos ver qué reconstruimos de las cenizas.

Indígenas, ladinos, migrantes, ricos o pobres que deseemos cambios, tenemos la harta obligación de unirnos para lograr una Guatemala mejor, más incluyente y con un Estado de derecho sólido e independiente.

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