Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
No es extraño ver que algunos guatemaltecos por adopción se entreguen tanto para buscar la transformación del país y en ocasiones se puede comprobar que no sólo son más proactivos, sino también más contundentes en ese esfuerzo que para muchos chapines que dejaron aquí el ombligo es irrelevante. Como ayer relató Raymond Wennier en su columna semanal, hace once años le pedí que escribiera sobre los temas de su experiencia y, como es él, cumplidamente ha realizado esa tarea en la que ha mostrado sus extraordinarios conocimientos en el área de la educación a lo largo de 550 columnas de opinión publicadas sin excepción, ni siquiera por excusas de enfermedad.
Cuando hablé con Raymond hace once años lo hice porque sabía de su experiencia; vino a Guatemala desde Estados Unidos como educador y no sólo se enamoró del país sino también de Carmen Alicia Maldonado, hoy de Wennier, quien también ha dedicado su vida a la educación de nuestra juventud. Raymond tiene, por su formación, una personalidad muy distinta y eso lo hace actuar de manera decidida y sin esperar absolutamente nada a cambio. Sé cuánto lo frustra la incapacidad de nuestro sistema estatal de realizar las modificaciones y ajustes que las nuevas y muy eficientes corrientes pedagógicas demandan y que en otros países dan tan buenos resultados. Con incontables autoridades de Educación Pública ha realizado siempre gestiones para plantear esas experiencias ajenas y generalmente lo terminan enviando a hablar con algún oscuro funcionario de menor jerarquía dentro del Ministerio porque en la cúpula no hay tiempo ni espacio para andar hablando de proyectos de gran envergadura, pues vivimos en un país donde la función pública es como la de los bomberos, es decir simplemente andar apagando los fuegos que se presentan sin noción ni idea de una trasformación de estructuras que, como en educación, se vienen arrastrando desde los gobiernos liberales.
No conozco mucha gente que se apunte a ir a cualquier congreso, cualquier evento público o seminario en el que se vayan a discutir los temas de educación. Tampoco a quienes soportan eternas antesalas en los despachos ministeriales para tratar de abrir ojos llenos de los cheles de la conformidad.
Desde sus tiempos de educador en la provincia guatemalteca hasta su tiempo como director de uno de los colegios de prestigio de Guatemala, Raymond ha ido acumulando no sólo más experiencia, sino también el conocimiento preciso de nuestra idiosincrasia y de esa forma cimarrona que tenemos para irlo postergando todo sin asumir compromisos.
Durante muchos años lo vi casi a diario trabajando en el escritorio situado junto a la ventana de su casa y fueron muchas las ocasiones en que pudimos platicar de sus sueños y aspiraciones para hacer aportes efectivos para mejorar los sistemas educativos, pensando más en los alumnos que en los Jovieles que abundan en nuestra realidad y que, en la práctica, se convierten en centro de los desvelos y preocupaciones de los encargados de la cartera.
Por tres meses dejará de publicar su columna para compartir con sus hijos y nietos en Alemania. Pero seguro que irá a aprender más para traernos nuevas ideas.