Lucrecia de Palomo
Siempre me creí una mujer de fe, pero hasta ahora me doy cuenta del gran desconocimiento que tengo de mi religión. Dios estuvo presente en mi vida desde niña, aun cuando yo no me di cuenta. Mi abuela Carmen fue un pilar en ese crecimiento del amor a Cristo Sacramentado, el rezo del Rosario, que cuando crecí, por alguna razón equivocada, creí que eran costumbres de viejas. Mi mamá me enseñó a rezarle a mi Ángel de la Guarda antes de dormir: “Ángel de mi Guarda, se mi dulce compañía…” Luego de esa pequeña oración nos santiguábamos con la señal de la Cruz repitiendo, Dios Padre, cuida mi casa; Dios Hijo cuida mi cama y Dios Espíritu Santo mi cuerpo y alma. Con ello me sentí siempre segura de tener una noche cuidada por Dios.
Mis padres vivieron el desprendimiento de las familias de la Madre Iglesia. El racionalismo con toda su fuerza pegó, y más por la presión política y la moda fueron cediendo a sus creencias. Disminuyó la necesidad de acercarse a la Iglesia para reconocer el favor de Dios y la grandeza de los Sacramentos, lo que provocó el relativismo y se empezó a vivir una religión light.
Muy a pesar de las ideas civiles impuestas, los Sacramentos continuaron siendo parte importante en las familias; posiblemente como eventos sociales; permanecieron el Bautismo, la Primera Comunión, el Matrimonio por la Iglesia y en algunos casos la Confirmación. Sociales o no, eran momentos de acercamiento y de entregar al niño al Ser Supremo. Por tanto, aunque grupos interesados y poderosos trataron de hacer desaparecer a Dios del seno del hogar y sacarlo del centro del hombre, Él no nos soltó de la mano.
Muchas han sido las influencias e ideologías, compradas y vendidas por el dinero que se han apoderado de nuestras familias. El principio del amor a Dios dejó de ser importante y suplantado por el amor al dinero y los placeres. De un hombre espiritual con la necesidad de Dios resultó uno materialista, egoísta, que olvidó su origen y cambió la razón de ser de la vida.
Los resultados no se hacen esperar. En menos de sesenta años, el mundo se convirtió en un caos. La muerte por la violencia está a la vuelta de la esquina, los chicos sin un guía espiritual no reconocen la razón de su vida. Muchos jóvenes dejaron de recibir desde el vientre de su madre ese amor indispensable para el crecimiento en paz. Los jóvenes están llenos de enojo, violencia interna y con un gran vacío existencial.
Nos lamentamos y estamos asustados por una juventud incontrolable, capaz de las atrocidades más grandes; de un Estado incapaz de intervenir y mantener el orden que permita un lugar de desarrollo integral para las personas, pero sobre todo de su incompetencia en la toma de las medidas pertinentes. Nos espanta ver cómo se dan órdenes tan equivocadas -como es el caso del Hospicio Rafael Ayau, un centro exitoso de jóvenes en riesgo, un refugio contra la maldad y donde cientos de jóvenes están conociendo a ese Dios olvidado que no encuentran en la familia.
Bienestar Social y la PGN demostraron su incapacidad en el manejo de los centros de niños y jóvenes en riesgo, sin tener siquiera el norte de lo que deben hacer con los chicos bajo su responsabilidad. Mientras el Hospicio Ayau, bajo el cuidado de un grupo de Monjas Ortodoxas, da soporte físico, moral y espiritual, así como cognitivo a los niños y jóvenes bajo su tutela. Y aquí las contradicciones. El Ejecutivo decide retrotraer la autorización estatal a las monjas y volverlo a quienes no han podido hacerlo. Señor presidente Morales, en nombre de Dios, de esos jóvenes y de Guatemala, no permita que esos niños y jóvenes queden sin amparo y vuelvan a delinquir al quedar en manos de personas cuyo único interés es el dinero y dejan de lado a Dios. Los niños deben estar donde Dios está presente.