Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt

Cuando se habla de la depuración del Congreso de la República vienen a cuento los distintos casos que hay iniciados para retirar el antejuicio a varios diputados, además de los que ya están enfrentando el proceso respectivo, y se elevan las voces para advertir que tenemos que ser muy cuidadosos con la institucionalidad del país. Algunos ingenuos piensan que en vez de los diputados que vayan siendo acusados y deban dejar sus curules, llegarán “nuevos” que no tienen las mismas mañas y que ello asegura que vamos en camino de una depuración importante, sobre todo si avanzan investigaciones como la del soborno brasileño a los diputados de la legislatura pasada.

La verdad es que se trata de una ilusión pensar que los “nuevos” son distintos, puesto que fueron electos mediante los mismos mecanismos y provienen de los mismos partidos. En otras palabras, son cuñas del mismo palo y no hay manera de pensar que de esa forma vamos a depurar la más contaminada de las instituciones del Estado que, además, resulta crucial si de verdad estamos pensando en la transformación de nuestro régimen político. Es el mismo Congreso que hizo unas reformas a la Ley Electoral que fueron muy cacareadas por todos, pero que no tocan ni por asomo el meollo de los problemas, puesto que la próxima elección de diputados al tenor de esa ley deberá ser exactamente igual a la que los ciudadanos hicieron en los últimos comicios.

Es imperativo cambiar la forma en que se integra el Congreso de la República, no sólo en cuanto a las listas de candidatos sino también en cuanto a los distritos por los que son electos. Nuestro modelo actual, que muchos defienden como muy democrático porque da participación a las minorías (es decir a los partiduchos menos importantes) es una farsa desde el punto de vista del real ejercicio de la democracia porque el ciudadano no tiene opción más que la de elegir entre listados cerrados que conforman los mismos partidos políticos.

La institucionalidad es, desde luego, el gran freno para una depuración real porque en su defensa nos tenemos que atener a que lleguen coyotes de la misma loma a ocupar las curules que van quedando vacantes.

Yo pienso que hay algunos diputados al Congreso de la República que tienen pleno conocimiento de cómo se mueven los negocios y se “menea la melcocha” en el Legislativo. Ellos podrían convertirse en verdaderos líderes de la transformación si tuvieran la entereza de desnudar y denunciar al sistema. Lo que hace falta es tener algo de decencia y unos faroles del tamaño de la Catedral para dar un paso al frente, y evidenciar los vicios ancestrales en el ejercicio de las funciones políticas en nuestro país. Con uno que lo hiciera, el ciudadano podría tener la radiografía completa para emprender el camino de una verdadera depuración que termine con tanta patraña y engaño. Por supuesto que eso implica reconocer que se ha sido parte del sistema podrido y asumir las consecuencias, pero en circunstancias como las que vive Guatemala, sin horizonte ni norte, un gesto así marcaría una gran diferencia.

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