Eduardo Blandón

Cuando los políticos del Congreso confeccionan una ley que les evite ir al calabozo, no hacen sino prevenir el espanto seguro de purgar sus maldades.  No proceden con arrebato, precipitación o imprudencia, sino confiados en la cultura de impunidad y aunque perciben el límite de lo posible, se la juegan con ánimo.

¿Descarados?  Sí, claro.  Tanto como cuando François Fillon, el candidato republicano francés, al ser cuestionado por sus picardías en beneficio familiar, pregunta “et alors?”.  Algo así como: “entonces, ¿cuál es el problema?”.  Según él o ellos, ninguno, porque saben que no han hecho nada que sus predecesores no hayan realizado quizá más burdamente.  Lo que constituye la aceptación de la barbarie enquistada en el sistema.

Por ello, sujetos como Iván Velásquez, comisionado de la CICIG, no hacen sino poner en crisis al Estado.  Una maquinaria truculenta, imperfecta y perversa, diseñada para beneficio de los pocos de la foto, en perjuicio de las mayorías.  Igual, diría la ralea, ¿cuál es el problema?  Como aceptando una especie de destino que los tiene permanentemente en la cresta gozosa.

El “¿cuál es el problema?” guatemalteco, o el “et alors?” francés, pone en ridículo a la ciudadanía porque manifiesta la permisividad a la que han llegado las sociedades en algunos países.  Es una desfachatez semicompartida que no existiría con un mínimo de rectitud pública.  Peor aún, anuncia la decadencia de una comunidad entregada a la trampa y las mentiras.

Sergio Ramírez, al referirse a Kadafi, escribe lo que puede adaptarse a nuestros políticos:   “La ilusión del poder para siempre, que no es sino una forma de locura, desvanece la idea de la muerte y la sustituye por otra perversa, la idea de la inmortalidad. La soberbia del poder crea un juego de espejos infinitos donde la figura del caudillo se refleja hasta la eternidad, y por eso mismo, cuando la muerte se le presenta al coronel Kadafi en su último y precario refugio de la alcantarilla, uno de esos espejos se rompe, y él pregunta, asombrado, incrédulo, a quienes lo buscan para matarlo: ¿qué pasa?, ¿qué pasa?”.   Puede que hasta ese momento se entere de su infamia cósmica, pero ya será muy tarde.

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