Alfonso Mata

En Guatemala evidentemente no comprendemos nuestras vulnerabilidades, riesgos y daños sociales y ambientales, y reducimos nuestros malestares e incertidumbres a apatía y a culpar en todo lo que acontece a instituciones. Vivimos en una sociedad llena de riesgos, la obsesión por culpar a otros nos domina. Queremos seguridad, queremos protección, sin saber ni darnos cuenta que somos parte de esa causal de condiciones que determina que el riesgo pase a daño. Somos causantes y afectados; nosotros creamos malestares, nosotros las sufrimos y eso a la larga ¿a quién beneficia, a quién conviene?

Nos han vendido análisis pobres, acomodados a nuestra ignorancia para comprender y de esa cuenta a los que conviene, crean inestabilidades y a la vez nos venden una cadena explicativa de hechos: incapacidad del Estado seguida de respuesta social violenta que culmina con brotes sociales –sindicatos que acuerdan convenios perversos, centros de rehabilitación que estallan, comunidades antiminería que se rebelan, diputados mañosos, iniciativa privada en competencia desleal- espectáculos que los medios de información divulgan y eso impacta en el público de manera errónea en un concepto: el Estado incapaz, pero a nuestra mente le queda oculto el montaje del espectáculo que es el verdadero causante del problema ¿maniobra política? ¿Maniobra social? ¿Intereses personales de quién y para qué? Todo eso se suele enmarcar como un cuadro de violencia y locura social y podríamos seguir haciendo una enumeración exhaustiva de espectáculos creyendo que eso significa automáticamente un conocimiento y un saber completo sobre el malestar social y el antisocialismo de algunos. En los hechos cotidianos que se suceden buscamos solo culpables (sobre el Estado recae la mayoría) sin percatarnos que culpables somos todos y no encausamos esfuerzos por montar remedios.

Estamos pues ante un problema de interpretación de una realidad puesta en dos palabras “incapacidad y violencia” dando origen a una realidad entre paréntesis. Carecemos de marcos analíticos que nos permitan ir más allá de instituir incapacidad del Estado y violencia de algunos, como únicas referencias de los trágicos sucesos cotidianos de nuestra vida social y política. Decir que el problema nacional es producto de un montón de políticos y funcionarios ineptos e inescrupulosos y de ciudadanos violentos, es olvidarnos que la realidad es un conjunto de planos y planes. Es el conjunto de acontecimientos políticos, injusticias, carencia de valores y oportunidades, de mal acceso y distribución de bienes, servicios, recursos, que deben contar en los análisis de los acontecimientos sociales. La culpa de que una persona sea diabética no la tiene el azúcar, son disfuncionalidades fisiológicos y metabólicos en que cayó la persona.

Hay un hecho que en la actualidad pesa mucho. El mundo de los acontecimientos cotidianos, del valor y sentido que les damos, los hemos transformado o estamos transformando en capital, en mercancía, es decir en fuentes de beneficios e intercambios pero fuera de normas justas y morales. “Eso está bien que lo haga mi hijo, pero malo que lo hagan otros” es un sentir constante. El vivir lo cubre la economía. Patento socialmente lo que es de beneficio para mí (el caso de algunos acuerdos sindicales) sin importar el bien de los demás, pero lo peor, calificamos conscientemente que si otros lo hacen eso es malo ¿no es eso violencia? El imperativo de que algo es bueno para mí, pero no para los demás, atenta constantemente contra la democracia. Se confiscan los intereses públicos, pero se defienden los privados. Eso hace de una nación, territorios en donde se ve con desprecio el bienestar, oportunidad y acceso del ciudadano.

Por lo tanto, nos enfrentamos a una realidad que va más allá del espectáculo; con una tendencia producto de un proceso de moral social débil en todo sentido, que es determinada por una lógica del beneficio personal como centro de una vivencia nacional, en la que cabe toda invención en provecho propio y que pasa incluso sobre lo normativo. Eso sucede desde el hogar fortaleciendo una conducta de doble moral: lo que es bueno para mí, no lo es para él o los otros y entonces cabe la pregunta ¿a quiénes beneficia todo lo que está sucediendo? La gente se vuelve ajena a su propia sociedad incluso a su propio destino ¿es eso una nación?

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