Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
La ola de violencia que hemos vivido con mayor intensidad desde los sucesos en el hogar inseguro a cargo de Bienestar Social con corolario en el ataque contra policías que estaban simplemente cumpliendo con su deber, ha generado una intensa participación de ciudadanos en distintos medios para reclamar que en vez de invertir en el mantenimiento de esos delincuentes (aunque algunos sean menores de edad) lo que tiene que hacerse es reinstalar en nuestro sistema jurídico con urgencia la aplicación de la pena de muerte porque, se dice, no hay forma de corregir a esos criminales y menos de reinsertarlos en la sociedad.
La otra tarde, en medio del tráfico intenso, escuchaba un programa de radio en el que se recibían opiniones con micrófono abierto y fue impresionante la abrumadora cantidad de llamadas coincidiendo en qué mal hace el Estado en gastar en los criminales cuando lo que debe hacer es aplicarles la pena de muerte. Entiendo que la incapacidad de ese Estado para cumplir con todos sus fines, entre ellos el de velar por la seguridad, causa desazón entre la gente y se buscan medidas radicales, además de que hay mucha gente que piensa en conciencia que la pena de muerte es la respuesta que se debe dar a los delincuentes.
El mismo conductor del programa empezó a culpar al concepto de los derechos humanos de ser el aliento de los criminales, repitiendo una vieja e infundada descalificación que no es simple producto del desconocimiento de la doctrina de los derechos humanos sino que parte de una polarización ideológica que ve izquierdistas en cualquier lado donde se hable del respeto a los derechos inherentes a la dignidad del ser humano y, el ingrediente que nunca mencionan, la condena moral a un Estado que de manera deliberada viole tales derechos.
Siempre he sido contrario a la pena de muerte, desde mis tiempos de estudiante de las doctrinas y corrientes que conforman el derecho penal. Con los años he llegado al convencimiento que si la pena de muerte fuera disuasiva y solución, Guatemala sería un paraíso porque ese castigo se ha aplicado aquí a miles de personas mediante las políticas de limpieza social tan populares en algunas épocas. Pero veo que, por el contrario, hemos llegado a desarrollar una cultura de muerte en la que a todos se les traslada la idea de que la solución para los problemas es la violencia. Nuestras generaciones se forman oyendo que hay que matar a los delincuentes, es decir a todo el que sea identificado como el malo o perverso y de esa cuenta una de las actividades que más ha proliferado dentro de la actividad económica es el sicariato porque tiene una enorme demanda.
Entiendo y acepto que el Estado no está ofreciendo ninguna otra respuesta para contrarrestar la criminalidad y que las prisiones son lugares para sacar maestrías y especializaciones en el crimen. Pero siento que no solo es muy simplista la idea de que matando a todos los delincuentes (sin tomar en cuenta ni siquiera la clase de delito o la edad del infractor de la ley) vamos a salir adelante. Por el contrario, me preocupa esa contaminación a nuestra juventud con la idea de que los problemas se resuelven matando a quien los causa.