René Leiva

(Ah, ese palabrerío trillado y cajonero, bienpensante, del diente al labio, no de voces sino de ecos, que no se hace esperar, de reacción inmediata, coral, ubicuo, fiel al libreto, ajustado al guión del buen sentido, con la panza llena y bien peinado, cuenta en el banco y seguro médico, buen sueño y mejor digestión, bostezo a la izquierda y guiño a la derecha, entre el ágora y el vodevil…)

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Leer no es leer. Sabido es, tratándose de ficción, de una invención creíble, de un embuste con materia prima veraz, un edificio falso con andamios ciertos, tejido mendaz de hilos veraces, en fin, la voluntad y la intuición y la imaginación arman su propia realidad mental, el teatro de los hechos, en que como lector se es más que mero testigo intelectivo/sensitivo, un poco el intruso hacedor, con sus propias peculiaridades, de la obra (relativamente) ajena, ajena hasta entonces…

Entonces, en tal estado ¿paranormal? pero habitual en literatura, como complemento o añadido a la lectura, mas no al texto, puede figurarse una suerte de rodaje cinematográfico paralelo, equidistante y no demasiado mezclado, en ciertos episodios o cortas escenas imprimibles de la historia. Sin soltar las riendas del libro, mirar cabalmente insimismado hacia una pantalla sin bordes ni tamaño –en el techo, una pared, el piso…– donde se suceden (o no) los planos o fragmentos en preferible (o inevitable) blanco y negro, con o sin diálogos, pero ninguna voz narrativa audible… y sí, probable fondo musical de Erik Satie, Arvo Pärt o, ajá, Chopin, piano solo. La imagen mental como ectoplasma de la palabra. Imagen, trazo plástico y proteico del verbo.

Cine de autor (nunca mejor dicho), escaso presupuesto o nulo presupuesto. Sin presuposición o cálculo anticipado del costo en materia de juicio y sensatez. Y el propio lector, a veces, como encarnación actoral, un tanto arbitraria aunque no forzada, de don José.

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Cuando alguna vez el narrador se expresa en primera persona del plural, el presente indicativo de ciertos verbos clave, en implícita invitación a la connivencia y coautoría del lector, para recordarle que en el relato, su lectura, confluyen más de dos entidades; alguna contrapuesta; alguna más bien refleja; todas en el concierto plural texto/lectura.

El autor no duda, cómo podría, de que su lector está enterado, al tanto y expectante de cuanto sucede, sucedió y sucederá en seguida, y de ahí la inclusión virtual y también expresa de la pluralidad en el yo colectivo que en ocasiones así narra, ese nosotros no dicho, de todos los nombres. Un sutil y diluido desmentido, repetido desde siempre, al falaz individualismo fanático (fif).

Compartir con el lector determinados conocimientos que se dan por supuestos, es una condescendencia del escritor; es decir, al incluirlo en la primera persona del plural, presente indicativo de algún verbo llave. Sabe que no está solo en eso, esto. Más, mucho más miente el lector que el autor, al prolongar y casi personificar la mentira. Porque leer no es leer.

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