Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt
@ppmp82

Eso es lo que se respira en el ambiente de la Policía Nacional Civil (PNC) y en la sociedad en general tras la muerte de sus agentes Mario Antonio González Alvarado, Sindy Margot Sánchez González y Julio Arnoldo Monzón Godoy, quienes murieron en el cumplimiento de su deber tras una ola de ataques en contra de la fuerza policial.

Esto se dio al final de una jornada en la que las fuerzas de seguridad debieron de irrumpir en un centro de detención de menores que dejó como saldo cuatro monitores fallecidos (Danny Gudiel Alexander Xitumul Coloch, Leónidas Picón Ramírez y a la hora del cierre de ésta columna no se tenían los nombres de los otros dos fallecidos) y otros tres heridos.

Existe un sentimiento de indignación por el actuar de las pandillas y debemos entender que es necesario neutralizar a las mismas, averiguar de dónde vienen los ataques y asegurarnos que nuestra juventud tenga oportunidades para que no sea más fácil y atractivo engrosar las filas del crimen que caminar en el sendero del bien (quizá con menos dinero), pero sintiendo la importancia de hacer las cosas bien.

Hace dos semanas tuvimos la tragedia del “Hogar Seguro” Virgen de la Asunción y por donde volteemos a ver encontramos crisis que se generan por esa incapacidad nuestra de querer entrarle a los problemas desde las raíces más profundas.

Siendo una nación en constante crisis, también tenemos familias que viven en las mismas condiciones porque las situaciones de pobreza, desigualdad, impunidad, marginación y la falta de acción, nos terminan arrojando preocupantes resultados en todo sentido, en especial en desarrollo humano. A los que desde el sector privado desean hacer las cosas bien, el sistema le ofrece un sin número de obstáculos que hace tortuoso cualquier esfuerzo honrado.

Lo cierto es que no se encuentra por dónde y con qué, pues siendo el Congreso el epicentro de donde se deben emanar los cambios necesarios, nos damos cuenta que este organismo está más preocupado en pasar aspectos que no van de la mano con lo que debería ser una agenda nacional de cambio y desde el Ejecutivo no hay un decidido esfuerzo por liderar a la gente en un movimiento nacional que obligue a ese tan anhelado cambio.

Ayer hablaba con un amigo a quien su pelo ya pinta algunas canas (como dice la canción) yo le decía que gran parte del problema es que los que “deseamos cambios” no tenemos la capacidad de articular consensos en los puntos clave de lo que debe ser la reforma integral del Estado.

Lo que estamos viendo en los hogares de la Secretaría de Bienestar Social (SBS) y en los centros de menores es ilustrativo de lo que pasa en el resto del país, puesto que hemos dejado al Estado en un abandono total. Como bien dijo una vez Obama, que el Estado no pueda o deba hacer todo tampoco quiere decir que no deba hacer nada y por eso es clave recuperar el papel del Estado para que, en conjunto con un sector privado que desee hacer las cosas bien, logremos encaminar el rumbo.

Pero ese abandono al que hago referencia ya no solo es en el tema de las instituciones sino que hemos abandonado a la gente y a esa creencia fundamental de que “nadie se debe quedar atrás”. En Guatemala hemos dejado a mucha gente olvidada, relegada y ahora es cuando empezamos a pagar unas nefastas consecuencias porque no logramos dar pie con bola para salir del hoyo.

En ocasiones se dice que el país debe tocar fondo para lograr cambiar las cosas, pero hay muchas veces que ese fondo parece que ya lo tocamos y lo pasamos y ni así logramos reinventar nuestro papel social.

La tragedia y el dolor han marcado los días recientes, el pasado cercano y la historia en general. Ese horizonte debe cambiar y es nuestro deber encontrar terreno común para salir adelante y poder trabajar por la Guatemala que muchos soñamos en la que quepamos todos y nadie se quede atrás. Ese debe ser el tributo a todas las víctimas y a sus familias.

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