Adolfo Mazariegos

Escribo estas líneas experimentando ese particular sentimiento de impotencia que suele embargar al ser humano cuando tiene que despedirse de alguien muy querido, usualmente un familiar, o alguien muy cercano que de alguna manera ha dejado huella en nuestra vida y cuya partida abrupta ha sido trágica, lo cual, como es de esperar, nos toma realmente por sorpresa y nos causa un impacto de consideración que no esperábamos, particularmente, cuando deseamos creer que la causa, razón o circunstancias de dicho acontecimiento no deseado, ha sido simplemente esa extraña conjunción de tiempo y espacio que no comprendemos pero que a veces hace que nos encontremos (como se dice coloquialmente) en un lugar equivocado a una hora equivocada; aunque tal vez, en realidad, sea todo lo contrario. Hoy, digo con estas palabras de tinta sobre papel, un “hasta pronto” muy sentido a un familiar que, sin saberlo, cruzó su camino en una calle de la ciudad con alguien que, además de desear arrebatarle su teléfono celular, su billetera o quién sabe qué, también le arrebató la vida con un disparo letal y certero en su humanidad, un hecho lamentable y doloroso que seguramente no tendrá mayor explicación que la simple y llana realidad a la que se enfrentan miles de guatemaltecos y guatemaltecas que diariamente salen de su casa con el despertar de un nuevo día, con ilusiones, con sueños, con esperanzas, pero con la incertidumbre nefasta e inaceptable de no saber si volverán a sus hogares una vez concluida la jornada. Los números de las estadísticas siguen cambiando (aumentando) vertiginosamente, eso es un hecho, aunque no queramos admitirlo y verlo así, o aunque nos resistamos sencillamente a hablar de ello porque deseamos hacernos la ilusión de que realmente no es así. Y tristemente, mientras tanto, las calles de nuestras ciudades se van transformando inexorablemente en verdaderos campos minados en los que ya no se sabe ni por dónde caminar por el temor a que nos explote una sorpresa en cualquier parte… Desde esa óptica, vale la pena preguntarnos ¿cuál es la perspectiva de futuro que tienen aquellos que vienen siguiendo nuestros pasos y que reiteradamente solemos decir que son el futuro del país? ¿Qué país se les heredará? ¿Cuál país? La verdad es que, en honor a la verdad, quién sabe. Guatemala se ha convertido en uno de los países más violentos de América Latina y eso es innegable hoy día [puesto 117 de 163 países, según el Global Peace Index 2016 (www.economicsandpeace.org)], algo crudo y también doloroso de admitir, pero más allá de los discursos y de la trillada retórica que cada vez resulta más difícil de aceptar, el asunto es verdaderamente sintomático de lo que podría esperar a la sociedad guatemalteca si no se hace algo serio, concienzudo y urgente al respecto.

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