Eduardo Blandón

Las actuales circunstancias que vivimos en Guatemala, la desnutrición infantil, las extorciones, los linchamientos, la violencia juvenil y la desigualdad extrema, son el resultado de condiciones en las que como sociedad no hemos tenido éxito.  Recogemos lo que hemos sembrado sin saber, quizá en algunos casos, que cultivábamos muerte en una tierra pletórica de vida.

Y aunque es trágico tener que soportar las malas decisiones de quienes sembraron vientos, es aún peor saber que reaccionamos como adultos mayores, quiero decir, con lentitud, ceguera, falta de olfato y ya instalados en la convicción de que nada se puede hacer.  Vemos la tormenta que anega y apenas nos ponemos a rezar, esperando un milagro como tullidos, paralizados por la enfermedad.

Cabrían dos explicaciones que no son excluyentes.  La primera es que aquí nada sucede al azar.  Es la teoría favorita de mis amigos conspiradores, que aseguran que nuestra atrofia muscular es teatral.  O sea, los actores políticos, civiles y económicos, solo juegan al gato y al ratón, viviendo calculadamente de la injusticia social y una estructura que los beneficia a todos.

En este juego perverso en el que, con honradas excepciones, las iglesias del país hacen también pantomima, los cambios son eventuales, minúsculos y de poca monta, nimios.  Esto, porque los líderes transitan en el horizonte de los intereses propios.  No es porque les falte capacidad, carácter y determinación, es porque la mayor parte de ellos encarna el ideal posmoderno de nuestros tiempos, esto es, la búsqueda del éxito inmediato reflejado en la posesión de riquezas.

Por otro lado, están los que piensan que a Guatemala lo que le ha faltado son héroes, personajes fuera de serie que, al tener claridad intelectual, visión y capacidad de arrastre, conduzcan al país por nuevos senderos.  Si estamos como estamos, aseguran, es porque somos gobernados por sujetos exiguos, volubles, prácticos en extremo por la falta de cintura política, inteligencia moral y enanismo intelectual.

Como sea, parece claro que no podemos continuar solo apagando fuegos, sin poner las bases de un mejor futuro.  Para ello, aunque la crítica expuesta es valedera como radiografía explicativa, la sociedad debe impulsar, desde adentro, cambios que generen mejores posibilidades que las que tenemos ahora.  En la lógica inicial, sembremos progreso para cosechar bienestar.

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