Isabel Pinillos
ipinillos71@gmail.com

Las situaciones trágicas tienden a revelar lo mejor y lo peor de la sociedad. A una semana después de los sucesos deplorables en el Hogar Virgen de la Asunción, he podido observar entre la población diferentes reacciones recurentes que me han asombrado mucho. Quisiera mencionar algunas.

“Yo no fui, fue Teté”. Esta actitud la vimos primero por parte de todas las entidades encargadas del cuidado de la niñez y adolescencia, pero la vimos de manera tardía del mismo Presidente, quien, en vez de asumir su rol de líder del país, dijo que la responsabilidad era de todos. El problema es que cuando la responsabilidad es de todos, realmente no es de nadie.

Falta de indignación. Aunque vi muchas reacciones de solidaridad y profundo rechazo, creo que faltó ver una indignación colectiva desde diferentes sectores. Las manifestaciones en la plaza fueron consecuencia de grupos aislados. Al estar el sábado frente del palacio, me pregunté en ¿dónde estaba la Iglesia, el empresariado organizado, las universidades y los medios de comunicación? ¿Cómo es posible que un video de Rosenberg, casi derrumbó al gobierno en su momento, pero la vida de estas niñas no logró provocar tanta indignación en la capital?

Otra reacción que me ha causado gran asombro es aquella que analiza la tragedia desde el Olimpo de la “superioridad moral”. En este punto me voy a detener un poco más, porque me parece que subsiste en el meollo de la clase no-pobre guatemalteca, como un veneno que nos impide avanzar en resolver los grandes problemas de nuestra sociedad.

Esta actitud parte de la premisa de que todo se hubiera podido evitar si los padres de estas niñas y jóvenes los hubieran educado en valores. Aunque comparto que los padres somos los primeros responsables por la educación de nuestros hijos, habría que ser ciegos en no comprender la realidad de la mayoría de guatemaltecos que vive en probreza y en pobreza extrema, sin acceso a educación, salud, que no vive adentro de lindos condominios, y por ende está expuesa a todo tipo de violencia. Los padres de estos jóvenes muy probablemente provinieron de un ambiente similar, y lo innegable de este hecho en particular, es que los jóvenes del Hogar Virgen de la Asunción no tenían ninguna oportunidad, fueron víctimas de su propio entorno, del sistema, y ultimadamente víctimas ineludibles de la falta de Estado. El problema de señalar a los padres con superioridad moral, es que ese tipo de actitudes suelen estallar finalmente como bombas de tiempo.

Esto sucedió cabalmente esta semana cuando en un prestigioso colegio que promueve la educación en valores, tuvo un lamentable incidente que implicó a un arma de fuego, y un grave caso de acoso escolar que pasó por alto por los educadores y padres de familia. Afortunadamente, no hubo ningún herido, pero este hecho viene a poner el dedo en la llaga precisamente en un ambiente donde se promueven los valores. Ojalá que no sólo se aplique una sanción en base a una norma, sino también se trabaje en atacar el ambiente tóxico escolar que llevó al muchacho al extremo de la desesperación.

Lo anterior demuestra que no se vale usar argumentos moralistas para dar una explicación a la tragedia de las cuarenta muchachas que perdieron sus vidas brutalmente en manos del Estado. Esto es una falta total al dolor ajeno, y una deshonra para la memoria de estas muchachas quienes, aparentemente, nunca tuvieron futuro, y para las sobrevivientes, quienes tendrán secuelas por el resto de sus vidas. Más vale tener un corazón abierto, sincero, sin filtros, sin dogmas, sin ideologías. Mirémonos al espejo, es momento de ser consecuentes.

Artículo anteriorEn España liberan de todo cargo a Carlos Vielmann
Artículo siguienteEsperanza