Cada día de marchas y protestas nos recuerda que somos un país que vive dentro de un permanente caos que llega a puntos cúspide con acciones de este tipo, pero que muchos lo padecen en silencio cotidianamente mientras los políticos y sus socios disfrutan sus actos para obtener los beneficios a costa de la miseria del resto.
Estamos en caos porque no ha existido un liderazgo capaz de convocar a una mesa de conciliación que termine con aquella permanente enemistad, odio, polarización entre ciudadanos que buscan cómo utilizar falsas posturas ideológicas entre izquierdas y derechas para ponernos a pelear. Los “socialistas” de la UNE, los “derecha” del PP y los “sin rumbo” de FCN-Nación fracasan por sus prácticas corruptas, incapacidad y compromiso con poderes paralelos, no por ideologías mal aplicadas.
Somos un país en caos porque las instituciones del Estado están diseñadas y funcionan a la perfección para beneficiar al mafioso que les saca el provecho pagando el financiamiento de las campañas políticas, las ambiciones de funcionarios que quieren vivir como jeques árabes y privilegiar a familiares con plazas y contratos que nunca obtendrían basados en capacidad.
Es tal el caos que la sociedad ha renunciado a los principios más básicos de la solidaridad, decencia y capacidad de indignación ante los peores hechos que condenan a los que menos tienen. La mayoría piensa que “mientras yo tenga, qué importa de lo que otros carezcan”.
Estamos en caos porque tenemos un Presidente que llora y se deprime porque le dicen que viene un golpe de Estado, por un hijo que pasó en la cárcel por unas simples facturitas falsas o por sus funcionarios que, miedosos, no se animan a firmar los contratos que le permitirían cumplir compromisos con sus financistas de la oscura campaña electoral. Además, que a cualquiera debe deprimir tener esa gentuza gobernando en el Ejecutivo y Congreso por el loteriazo que le regalaron Baldizón y Torres.
Saldríamos del caos o entenderíamos cómo avanzar, si tuviéramos un Presidente a quien le afectara ver la indiferencia que la sociedad y su gobierno proyectan ante los verdaderos problemas del país como la desnutrición, la pobreza, abandono, racismo, exportación de ciudadanos a Estados Unidos, etc.
Cuando un sector urbano sale a las calles, somos una sociedad de valientes. Cuando un sector rural hace sus reclamos, somos una partida de subdesarrollados que expone el comercio y la producción por el manojo de reclamos de los “invisibilizados”.
En fin, que de caos en caos, el país sigue cavando aunque el famoso “topar fondo” parezca imposible.