Eduardo Blandón

Dos horas con cuarenta minutos dura la última película de Martin Scorsese, titulada, «Silence». Un drama en el que el director neoyorkino establece la complejidad del trabajo misional jesuita, en Japón, en el siglo XVII. Caracterizado por la audacia y la fe, pero también por el temor, la indecisión y, en ocasiones también, la duda cuando todo es «silencio».

El film narra la aventura de dos misioneros de la Compañía de Jesús, Andrew Garfield y Adam Driver (Sebastião Rodrigues y Francisco Garupe), quienes son enviados a Japón no solo a evangelizar, sino a localizar a su mentor, Liam Neeson (Cristóvão Ferreira), de quien se rumora cometió apostasía en su esfuerzo por evangelizar Japón. Esa labor que parece fácil, los llevará por senderos heroicos frente a la incertidumbre del poder que amenaza la empresa evangelizadora.

Hay toda clase de frases de colección en la película en la que se evidencia el drama de sus protagonistas. Como cuando el padre Sebastião dice, «Hago oración, pero estoy perdido. ¿Rezo acaso al silencio?». O cuando el inquisidor, en su afán por alcanzar la apostasía del mismo jesuita, le dice «El precio de tu gloria constituye el sufrimiento de los demás creyentes».

El mayor logro de Scorsese es, con todo, no solo su narrativa cinematográfica llena de héroes y hombres y mujeres de fe, sino plantear el sentido de la evangelización en la suerte de reflexión que hace Cristóvão Ferreira, «convertido» en maestro, después de su apostasía. Ferreiro, primero duda de la efectividad misionera y, luego, ve con perplejidad el método mismo cristianizador. Como si dijera: ¿no habría sido mejor recoger sus creencias y de ahí darle un sentido cristiano? ¿Tiene sentido el sacrificio y la muerte de tantos creyentes por imponer nuestra fe? ¿Es eso lo que desea el mismo Cristo?

Lo anterior, lleva al Padre Ferreira a decirle al joven misionero, «Yo también hago oración, Rodriguez, pero no ayuda. Adelante, haz oración, pero hazla con los ojos abiertos». Y más adelante, «¿Tienes el derecho de hacerlos sufrir? Yo escuché los gritos adoloridos en la misma celda, y yo actué».

No tengo duda que la película hará reflexionar a las comunidades cristianas sobre el valor de la evangelización en nuestros tiempos y la exigencia del evangelio que pide siempre audacia. Y aunque la reflexión teológica ha reinterpretado (o dejado atrás) el Extra Ecclesiam nulla salus (fuera de la iglesia no hay salvación), revivir la trepidente actividad misionera, no deja de ser estimulante.

Artículo anteriorLos miles de inmigrantes guatemaltecos en Estados Unidos: entre la zozobra y la incertidumbre
Artículo siguiente«Círculo vicioso» (I)