Jorge Mario Andrino Grotewold
@jmag2010

Cada 25 de febrero desde 1999, se conmemora el Día Nacional de la Dignificación de las Víctimas del Conflicto Armado en Guatemala, recordando uno de los pasajes más oscuros del país, que significó dolor y pérdida para muchas familias guatemaltecas, generando miedo en la sociedad y aumentando la polarización que se vive al día de hoy.

Debe recordarse que la Comisión para el Esclarecimiento Histórico rindió en esta fecha su Informe Final, derivado del mandato emanado de uno de los Acuerdos de Paz, y que documentó las múltiples acciones de violencia realizadas tanto desde el Estado, como también de los grupos insurgentes que luchaban durante el conflicto. Es importante mencionarlo porque el informe reconoce la participación de los grupos insurgentes como parte de los victimarios, aunque en menor grado. El Estado en sí, por medio de sus interlocutores de las fuerzas de seguridad, civiles y militares de esa época, es a quienes se les atribuyó la gran responsabilidad de las muertes y personas desaparecidas. Una parte de la historia que no puede ocultarse, y que por el contrario debe educarse a las nuevas generaciones para que nunca se olvide, y se aprenda de dichos errores, con el propósito de buscar mejores condiciones sociales y políticas para el país, en unidad.

Es conocido que el inicio del conflicto armado interno no tuvo un origen ideológico, sino una diferencia en el ejercicio de poder dentro de las filas castrenses. Sin embargo, los denominados disidentes encontraron rápido aliados dentro y fuera del país, al verificar al momento de iniciar sus batallas de guerrillas, las terribles condiciones de vida, salud, trabajo, vivienda, educación y cuántos derechos más vulnerados en la población, principalmente del área rural. La pobreza y el olvido del Estado hacia esas poblaciones eran notorias. Estas condiciones, si bien ahora se reconocen como metas y se construyen políticas públicas alrededor de ellas, no han variado en gran sentido, lo que hace suponer que aquel caldo de cultivo que originó el incremento del conflicto armado en los años 60, deben ser objeto de atención pronta y efectiva de parte del Estado y sus autoridades.

Por más de treinta años se lamentó a miles de víctimas, no solo mortales, sino otras como las de familias con padres, hijos o hermanos que fueron heridos, muertos o desaparecidos. Torturados o perseguidos. Recordarlos con honor y en aras de la justicia, es la mejor forma de dignificarles.

Oliverio Castañeda, Alaide Foppa, Ramón Sarmiento, Isidoro Zarco, Adolfo Molina Orantes, Myrna Mack, Emil Bustamante, Manuel Colom, Fernando García, Danilo Barillas, Carlos Diéguez, Fito Mijangos, el padre Hermógenes López, Gregorio Xuyá, Mario López Larrave, son sólo algunas de las miles de víctimas de esta larga lista de guatemaltecos y guatemaltecas, que no respetó ideologías, clases sociales, condiciones culturales o religiones. Son dignos porque nunca serán olvidados (as).

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