Grecia Aguilera
Editorial Universitaria de la Universidad de San Carlos de Guatemala rinde un nuevo homenaje al reconocido escritor César Brañas con la publicación del poema “Viento Negro/ Elegía Paternal”, que puede ser adquirido en Librería Universitaria y en el Musac. Este hondo y conmovedor poema dividido en diez estancias fue creado por el autor en 1938 con motivo de la muerte de su padre Antonio Brañas. Es el lamento, lloro y suspiro del hijo sin consuelo y desesperado ante la ausencia definitiva de su amado padre, ante la separación física final, irrevocable y contundente. El brillante César Antonio Brañas Guerra sobresalió como poeta, crítico literario, narrador y periodista. Nació en la Ciudad de Antigua Guatemala el 13 de diciembre de 1899 y murió el 22 de febrero de 1976. Mi señor padre el insigne filósofo don León Aguilera y César Brañas trabajaron juntos en el Diario El Imparcial. Fueron amigos entrañables, mi padre lo llamaba “el César de las letras”. En las dedicatorias de los libros que César Brañas obsequió a mis padres, nos podemos dar cuenta de dicha amistad. Por ejemplo en su obra “José Rodríguez Cerna o El esplendor de la crónica literaria” apuntó: “A León Aguilera con el admirativo cariño de su amigo/ Brañas/ 1956.” En “El carro de fuego” escribió: “A León Aguilera y María del Mar: amigos a quienes tanto agradecimiento debe/ Brañas/ 1960.” En su poemario “Palabras iluminadas” anotó lo siguiente: “A María del Mar y León Aguilera con todo cariño, con todo rubor./ Brañas/ 1961.” El poema de César Brañas que más impactó a mis padres fue precisamente “Viento Negro/ Elegía Paternal”. De las diez estancias que lo conforman mencionaré la número cuatro, la cual se encuentra en las páginas 19 y 20 del libro editado por Editorial Universitaria, y ha llamado mi atención porque en ella el poeta implora a Eco de Beocia para que aquiete “El viento, el viento negro/ detrás de las vidrieras…” Pienso que César Brañas recurre a este personaje de la mitología griega por el estado de melancólica desesperación de la que Eco fue víctima porque su cuerpo se marchitó, se consumió ante la soberbia indiferencia del bello Narciso. Eco se manifiesta desde el inicio de la cuarta estancia: “Amiga silenciosa,/ silenciosa amiga, cándida Eco,/ tómame las manos, doblega mi cabeza,/ apaga el latido frenético de mi sangre,/ amiga silenciosa,/ porque ahora estoy triste como los barrancos/ en el crepúsculo,/ porque ahora el tiempo sobre mis hombros pesa/ y negras cadenas nocturnas/ a los pilares de subterránea noche me encadenan./ ¿No oyes gemir el viento, el negro viento/ detrás de las vidrieras?/ Acállalo, Eco,/ ¡Pero no te apartes de mi hervoroso miedo!/ He oído su voz llena de tierra, llena/ de amargas sales de viaje,/ llena de silencios entrecortados. De sombras. De soledades./ Sus pasos eran rúbricas misteriosas en la arena,/ ¡y yo sabía que venían a mi corazón!/ Me tenderé en la arena de los cementerios,/ en el playón de plata de la muerte,/ para sentir que resbalan sobre mí los pasos/ de sus palabras./ Me llenaré del rumor de sus palabras,/ de su eco,/ y pasaré junto a la noche como un vendedor de cántaros,/ temeroso de que en las paredes de la noche se destrocen./ He oído su voz llena de tierra,/ desenterrada y triste, mineral,/ que de remotos países habla,/ que a desconocidos fantasmas invoca,/ que a mortuorios viajes invita./ En la memoria del aire/ su voz reconstruye sus cúpulas y sus arcos,/ pura y nítida ya, sin residuo humano,/ ya sangre de cristal, suspiro casi, no gemido./ Pura y nítida ya./ No me digas nada, amiga silenciosa, silenciosa Eco,/ para que sólo escuche, contra tu silencio,/ la voz perdida, incólume;/ su acento que gotea tiernas mieles azules/ en las bandejas de luz del día,/ su voz grabada en los nocturnos discos del sueño./ Irrecuperada.”