Luis Fernández Molina

El teatro es una de las expresiones artísticas colectivas más antiguas (junto a la danza y el canto) que han acompañado a las sociedades humanas desde las primeras organizaciones y se ha mantenido a través de los siglos. Permanece a pesar de los desafíos de la tecnología; ni la radio, ni el cine, ni la televisión, ni la red han podido hacerle merma en su posicionamiento e importancia. Es una lástima que en Guatemala solo se aprecie la expresión cómica, jocosa, del teatro que, aunque bueno son meras charadas, las parodias. Nos hace mucha falta el teatro serio, profundo. En ese contexto cabe felicitar a los promotores que nos trajeron la obra de un Picasso con un elenco de primera (por cierto que era la presentación número 300).

Era una invitación que, en lo posible, no se podía pasar por alto. Son muy pocas las oportunidades de ver en el tablado a un artista de reconocimiento internacional. Uno de los atractivos de Manhattan son los teatros de Broadway en que aparecen las luminarias de Hollywood. Imaginemos en las tablas, a 15 metros de distancia, “en vivo y en directo” a Emma Thompson, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Daniel Radcliffe, Denzel Washington, Al Pacino, Morgan Freeman o Keira Knightley. Parece fantasía. Muchas de estas estrellas han manifestado su preferencia por el teatro sobre el cine por ese contacto directo con su público; en todo caso aseguran que su consagración como artistas se da cuando triunfan en el escenario.

Siendo que la crítica teatral o artística en general, no es campo de mi dominio me limitaré a breves comentarios. Sucede en París, cerca de 1941, tras la invasión alemana. Una oficial alemana cita a Picasso que es conducido por la policía. La obra se desarrolla como un diálogo, largo y sostenido, entre el artista y la oficial; el hilo conductor es el reconocimiento por parte de Picasso si tres dibujos, allí expuestos, fueron dibujados por él. Cada dibujo abría una ventana para remembranzas y comentarios del momento en que fue dibujado.

A Ignacio López Tarso ya lo conocía, desde hacía muchos, muchos años. Lo digo en sentido figurado. Recuerdo desde algunas películas en blanco y negro. Ha sido un actor consistente a lo largo de las décadas y obviamente sus principales méritos están en su actuación pues no se distingue por ser un actor “cara bonita” como son la mayoría hoy día (lo siento don Nacho). Por el contrario, su coprotagonista es la actriz venezolana que ha salido en telenovelas, las que no veo, aunque ahora voy a revisar las carteleras.

El acercamiento a un personaje es enriquecedor en muchos aspectos. De López Tarso aprendía varias lecciones más allá de la magistral interpretación. La primera es el gusto por hacer las cosas que le agradan. Era evidente la satisfacción de don Ignacio con su trabajo. Profesionalismo. Pero la mayor enseñanza fue su actitud. Nuestro personaje es una persona mayor. Muy mayor. No es sexagenario ni septuagenario ¡Tiene 92 años! Yo sabía que era “grande” pero tuve que confirmar el dato y en efecto, nació en 1925 y allí está, ágil, dinámico, memorizando todos los parlamentos, viajando a otros países. ¡Preparando su nueva obra! Toda una lección de entusiasmo por la vida. No sé cuál sea el secreto de don Ignacio, pero estoy seguro que uno de esos elementos es el buen humor que desprendía, así como su gesto humilde. ¡Gracias don Ignacio!

PD. Buen tino tuvieron los organizadores en hacer subir al escenario y reconocer los méritos de María Teresa Martínez, primera actriz y digna referente del teatro guatemalteco.

Artículo anteriorCarencia de los Bomberos Voluntarios de Chimaltenango
Artículo siguienteCohesión Social y las reformas constitucionales