Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
La más reputada investigación periodística de la historia, el llamado Caso Watergate que acabó con el gobierno de Richard Nixon en los Estados Unidos, tuvo su piedra angular en las filtraciones que hacía un informante, entonces conocido como Garganta Profunda (Deep Throat), quien proporcionó información detallada a los periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein. Con el tiempo se pudo identificar a quien filtraba los datos como el alto funcionario del FBI, Mark Felt, quien falleció en diciembre del 2008 y se supo que él sintió que era su deber como ciudadano dar a conocer los manejos que estaban haciendo en la Casa Blanca para evitar que se avanzara la investigación sobre la operación contra la sede del partido Demócrata, ubicada en el edificio Watergate, que autorizó personalmente el Presidente de los Estados Unidos.
Ayer, al ver las noticias de las numerosas filtraciones que se están dando en Washington respecto a las oscuras relaciones de Trump y su equipo de campaña con los rusos, recordé a Felt y las causas por las que se convirtió en informante. Curiosamente vuelve a ser el Washington Post, uno de esos medios a los que Trump ha llamado indecentes y fabricantes de noticias falsas, el que destapa la olla porque fueron ellos los que informaron de las conversaciones que mantuvo el general Flynn con el Embajador ruso justamente cuando Obama impuso sanciones expulsando a varios diplomáticos tras comprobar la interferencia rusa con las elecciones de Estados Unidos.
Y a partir de ahí, como en tiempos de Watergate, se empieza a deshilar la madeja en la que se filtra que durante la campaña, tanto en las primarias como cuando ya había sido nominado, figuras importantes del equipo de Trump mantuvieron permanente contacto con funcionarios rusos aparentemente vinculados a temas de inteligencia y espionaje. Se advierte que es común que los políticos se relacionen con diplomáticos, en Estados Unidos y en todo el mundo, pero lo que ha disparado las alarmas es la forma asidua en que se produjeron esas relaciones que, además, están documentadas por los servicios de inteligencia (los mismos a los que Trump siempre descalificó) que mantenían vigilancia e intervenían las comunicaciones de los rusos.
Así cayó Flynn, puesto que a él no lo investigaban sino que le tenían puesto el ojo, obviamente, al embajador de Putin. Por supuesto que la reacción de Trump no ha sido en contra de quienes pudieron caer en las redes de los rusos, sino que critica las filtraciones que se están produciendo y es que sabe, sin duda, que eso le puede costar muy caro porque el crimen cometido por Nixon era propio de delincuentes comunes, mientras que los crímenes que podrían haber cometido los asociados de Trump implican traición por ayudar al principal adversario de Estados Unidos.
En los próximos meses veremos cómo avanza la investigación para determinar si Trump sabía de esos contactos y los alentaba. Lo hace sospechoso que él, tan dado a volarle leño a medio mundo, era una seda para hablar de Putin y de Rusia, actitud que no coincide con su personalidad tan abrasiva como la de aquella doña. Se vienen tiempos interesantes en la política de Estados Unidos.