Al ver a Blanca Stalling con una peluca reaccionaron las redes sociales con chanzas y bromas cuando la realidad es que deberíamos estar profundamente preocupados de ver que las peores predicciones se cumplen en todas las esferas de Guatemala, incluyendo los tres poderes del Estado.

Solo aquí puede ser que haya una Corte con tales integrantes y que no se dignen a renunciar tras haber sido descubierta la forma en que fueron electos, mediante la compra hasta con apartamentos de los votos con que recibieron sus puestos. En cualquier lugar del mundo a una persona de “Derecho” que hace esto, se le acaba la carrera de inmediato.

Pero no solo es eso. Tenemos a un interventor de TCQ, aquel puerto producto de 30 millones de dólares en mordidas, que ha venido a ser el mejor guardián del negocio corrupto. El impulsor, relacionista público, gestor, etc., del proyecto para el que sonaron aquellos billetes para pagar la coima. ¿Será que de la noche a la mañana los nuevos “jefes” del interventor se volvieron honrados o que el interventor se volvió como esos nuevos jefes?

Tenemos un Congreso que, mientras la sociedad está “de goma” creyendo que derrotó a la corrupción, toma ventaja de las “buenas intenciones” de la Secretaría Técnica de las Reformas al Sector Justicia. Esperar que de este Congreso haya alguna buena voluntad, es como pensar en confiarle la seguridad a un secuestrador y esperar que nunca nos haga daño. De este Congreso no se puede esperar nada bueno.

Los diputados, acusados entre sí de corruptos, asesinos y narcos, nunca pondrán en primer lugar a la ciudadanía y, menos, reformar la justicia que seguramente alcanzará algún día de estos a la mayoría de legisladores. Nunca.

Y en el Ejecutivo, pues ya todos sabemos de qué pata se cojea. Desde que el Presidente ha dicho que no se puede realizar obra porque es muy difícil cumplir con tanto control, habiendo sido electo por un partido que aceptaba donaciones de Sinibaldi o de “fantasmas”, para proteger ilícitos, abusos, etc.

Pero a cierto nivel social se ha decidido que el rompimiento de la impunidad es “demasiado duro”. Parece que se prefiere seguir viviendo en la cultura de la ilegalidad y la “transa” en lugar de encarar el reto de hacer las cosas de manera correcta.

Es una vergüenza que mientras nuestros ciudadanos se siguen muriendo de hambre, las Cortes, el Congreso, Ejecutivo y buena parte de la sociedad, siguen creyendo que la ley es “muy dura”. Así las cosas, mejor que vayan a comprar pelucas.

Artículo anterior¡Stalling se compara con Mandela!
Artículo siguienteLucía Rohrmann presenta «El tiempo… abstracto y preciso»