Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Hay un famoso refrán que dice: “El camino del infierno está empedrado de buenas intenciones” y lo traigo a colación porque en este momento tan definitivo en la historia nos estamos conformando con “las buenas intenciones” de quienes están llamados a ser los agentes que lideren un cambio que surja desde lo más profundo de la ciudadanía.

Y es que hay que darnos cuenta que casi todos aquellos que han accedido al poder, han llegado “con las mejores intenciones”, pero la Guatemala que tenemos hoy no va de la mano con esos bonachones propósitos que nos mencionaban.

Presidentes de todos los organismos del Estado han tenido las “mejores intenciones”, pero estas no se han traducido en verdaderos cambios en el sistema. Las buenas intenciones no han ofrecido más oportunidades para nuestra gente y no se han traducido en cambios en áreas clave como educación, salud, justicia, seguridad, inversión y empleo, lucha contra la corrupción y la impunidad.

Algunos funcionarios nombrados por Jimmy Morales, quizá agradecidos por una oportunidad que no habrían tenido en otro momento, generalmente se expresan que su jefe está haciendo todo lo posible, que es un buen hombre y que tiene buenas intenciones, pero es raro escuchar que es un líder que los inspira, que los fuerza a ser cada día mejor, que los motiva a ser reformadores de este podrido sistema y a trabajar para que más guatemaltecos tengan oportunidades. Como dijo la fallida presidenta de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), Silvia Valdés, del mandatario, él tiene buenas intenciones.

Esas “buenas intenciones” incluyen ocultar financiamiento de la campaña, una concesión a dedo sin explorar posibilidades sobre un negocio que ya dejó millones en mordidas y el empecinamiento de favorecer a un sector porque su ministro de Agricultura, ex de LIDER, está comprometido con el beneficio, entre otras.

Lo mismo escuchamos hace un año cuando Mario Taracena estaba en el poder legislativo y ahora lo escuchamos de nuevo con Óscar Chinchilla, pero el Congreso sigue siendo ese centro en donde se juntan los intereses más perversos en contra de los guatemaltecos y en donde aquellos que buscan fortalecer sus posiciones logran sus cometidos si dan en la tecla correcta.

Se tuvo la «buena intención” de reformar la justicia, pero de ese Congreso saldrá un engendro que les asegurará a quienes no desean cambios los caminos de la impunidad porque los diputados representan a aquellos que, como Jalisco, “nunca pierden”.

Pero mi punto es que con buenas intenciones no vamos a reformar el sistema de salud o educación, ni a calcular cuánto nos cuesta como país dotarlo de infraestructura tecnológica y en infraestructura (en hospitales, centros de salud y escuelas) para, por ejemplo, generar trabajo para muchos que migran a EE. UU. y que trabajan en construcción.

Con buenas intenciones no derrotaremos a las mafias que han cooptado al Estado para que el régimen de fiscalización sea nulo, ni con buenas intenciones lograremos judicializar la corrupción más allá del Partido Patriota, por ejemplo.

Generalmente, quienes defienden a alguien por ser nada más que un “buen hombre”, son los mismos que se quedan con las “soluciones de siempre”, aquellas que en papel son buenísimas pero que nunca se materializan y que en caso de hacerlo, no llegan a tocar los nervios del sistema.

Y lo mismo ocurre con una ciudadanía que dice tener todas las mejores intenciones de construir un nuevo país, pero que se resiste a jugar bajo las reglas y a pensar en abrir el espectro de oportunidades, aunque lo peor es cuando piden que cese la lucha contra la corrupción porque no podemos llenar las cárceles de ladrones de cuello blanco.

Podremos tener muy buenas intenciones, como en el pasado, pero el resultado de que las intenciones no vayan acompañadas de hechos inequívocos que nos lleven a un cambio, nos han ofrecido la Guatemala de hoy que muchos soñamos con cambiar. Debemos estar claros que solo con intenciones no ha sido, no es y no será suficiente.

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