María José Cabrera Cifuentes
mjcabreracifuentes@gmail.com
Históricamente en nuestra sociedad el acoso sexual ha sido minimizado, invisibilizado y hasta aceptado. Se da por sentado que las mujeres estamos condenadas a sufrirlo y que los hombres están autorizados para ejercerlo sin ningún tipo de repercusión. En ocasiones, aunque las menos frecuentes no menos importantes, también se dan casos de acoso por parte de mujeres lo que es importante mencionar.
La semana pasada, salió a luz la noticia en Costa Rica de que un hombre había sido condenado a 3 años de prisión por rozar inapropiadamente con sus genitales los glúteos de una mujer en el transporte público de aquel país. Cuánta esperanza me inundó no solo a mí sino a miles de mujeres latinoamericanas que hemos sido víctimas de agresiones y que seguimos sintiéndonos indignadas cada vez que algo similar nos sucede a nosotras o a alguna de nuestras congéneres. Para mí es un precedente impactante que debe hacernos atraer la atención hacia el tema y exigir que acciones similares sean tomadas en Guatemala.
A raíz de este éxito de la valiente mujer costarricense que se atrevió a denunciar y acudió a las autoridades correspondientes para que el delincuente no quedara impune, he reflexionado un poco alrededor de mis propias reacciones al sentirme agredida y sobre las que he podido observar a mi alrededor.
He experimentado el acoso en la mayoría de casos en la calle, cabe resaltar que es imposible hacerme caminar más de 2 cuadras desde el parqueo a mi destino en cualquier sector del país más por miedo al acoso que a ser víctima de un robo. Es costumbre que peatones se den el derecho de gritar todo tipo de porquerías, que los automovilistas toquen la bocina y bajen el vidrio para hacer algún comentario encantador, que vendedores, repartidores, transeúntes etc. Se consideren con el derecho de mirarnos lascivamente, y decirnos absolutamente cualquier cosa que pase por sus retorcidas mentes al observarnos.
No suelo quedarme callada y siempre enfrento al agresor, algunas veces cuestiono sus motivos para acosarme, otras, por la ira que me causa me enfoco solamente en hacerles saber lo asquerosos que me resultan y enfatizo en la gran frustración que deben sentir al tener que recurrir a acosar mujeres para sentirse hombrecitos. Me he dado cuenta cómo en ocasiones la gente que está a mi alrededor se ríe, como burlándose de mí, pero también es certero que al enfrentarlos la mayoría de ellos cambia su actitud y huyen como avergonzados, no dudo que en la siguiente cuadra vuelvan a repetir el abuso, pero quizá al ser más conscientes paulatinamente dejen de hacerlo.
Una sola vez he sido tomada en serio cuando quiero denunciar el acoso en otras instancias, he tomado fotos de personas y matrículas cuando los acosadores son trabajadores de empresas a quienes se las he hecho llegar, he denunciado con jefes y hasta con madres, nunca obteniendo alguna respuesta. Hace algún tiempo trabajaba en uno de los edificios del gobierno más importantes, dos cadetes resguardaban el Despacho Presidencial y otros dos el Despacho Vicepresidencial, mi oficina quedaba justo a unos pasos del primero, lo que me obligaba a tener que caminar frente a ellos. Al pasar ese día no desaprovecharon para decirme un par de porquerías, me voltee y no sin antes recordarles el significado del uniforme que no merecían llevar puesto les prometí consecuencias. Moví cielo y tierra para conseguir el número de teléfono del teniente que estaba a cargo, quién me prometió relevarlos (lo cual pasó en cuestión de 10 minutos tras mi llamada) e infringirles la sanción correspondiente. Al narrarle lo sucedido a las autoridades con quienes tenía una reunión inmediatamente después no obtuve más que risas, comentarios y miradas burlonas, que por los comentarios de los presentes estoy segura que no imaginé, incluso por parte de una dama quien se autodenomina feminista.
En Guatemala tenemos algunas iniciativas buenas, por ejemplo la que pretende controlar el acoso en el Transmetro, sin embargo las consecuencias para los abusadores, como lo vimos en el recién pasado noviembre, no son lo suficientemente fuertes como para disuadirlos.
Aplaudo lo sucedido en Costa Rica y le pido a las mujeres guatemaltecas que nos unamos para poner en evidencia el acoso y a los acosadores. Debemos alzar una sola voz para que sepan que sus “piropos” nos resultan repulsivos y no halagadores como tantos de ellos reclaman. Es de suma importancia que todos comprendamos que no es nuestra culpa y que tenemos el derecho de salir vestidas a la calle como nos dé la gana sin ser agredidas por ello y ser respetadas por nuestra calidad de seres humanos. No señores, no es una cuestión de feminismo, si en ocasiones anteriores me han leído saben que abiertamente me proclamo antifeminista, es una cuestión de respeto y del derecho que tenemos todos de vivir en paz.