Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
Durante la Guerra Fría uno de los objetivos fundamentales de los Estados Unidos fue detener lo que se conocía como Teoría del Dominó que explicaba cómo, cual fichas de ese juego, se producían repercusiones en cadena en las que si un país caía en manos del enemigo o bajo su influencia política, otros de la región correrían la misma suerte. Indochina fue uno de los escenarios en donde el temor a un encadenamiento de triunfos comunistas podría alterar a toda la región y luego fue América Latina la que empezó a ser dirigida bajo las mismas concepciones.
Estados Unidos fue, a lo largo de los años, la potencia encargada de detener y evitar el efecto dominó en diversos lugares del mundo donde las condiciones sociales o políticas, hacían florecer posiciones revolucionarias inspiradas en el marxismo. De hecho su política exterior fue centrada en ese empeño y de esa cuenta se formularon importantes alianzas y estrategias, desde la creación de la OTAN hasta la guerra de Vietnam y los conflictos de baja intensidad en Latinoamérica.
Hoy, sin embargo, el mundo vive bajo la expectativa que el curso político de Estados Unidos se pueda ir replicando en distintos lugares del mundo hasta provocar una verdadera avalancha de movimientos nacionalistas que no solo vayan en contra de la globalización económica, sino de la tolerancia racial y religiosa.
Ese año habrá elecciones en Holanda, Francia y Alemania y son fundados los temores de que pueda verse un significativo avance de los movimientos más radicales de la ultraderecha que hace de la xenofobia el punto medular de sus propuestas nacionalistas. El ejemplo de Trump, hasta el día de hoy, es estimulante para todos los partidos que pregonan la discriminación y políticas de odio. Ya el triunfo del Brexit fue una importante llamada de atención para la Unión Europea que sintió sus efectos sobre todo en el fortalecimiento de los partidos que proponen el fin de ese esfuerzo de integración, pero ahora, tras el triunfo de Trump, se observa con detenimiento el avance muy fuerte de los partidos radicales, muchos de ellos inspirados en viejas formas de fascismo, tanto en Holanda como en Francia y Alemania.
El populismo es fácil de vender y muy atractivo, especialmente cuando la institucionalidad está en crisis como ocurre en muchos países donde la clase política no ha dado la talla para responder a las inquietudes populares. Trump encontró la vía expedita porque supo detectar la fibra de hartazgo de buena parte de la población respecto a las respuestas tradicionales de Washington y la concentración de los beneficios en unos cuantos mientras la mayoría de la gente sentía que su destino era simplemente seguir languideciendo.
Y a lo largo y ancho del mundo se puede sentir igual frustración porque las nuevas corrientes económicas favorecen la concentración de la riqueza sin poner mucha atención a las demandas sociales, lo que genera en todo el mundo esa “deuda social” que el Pontífice Francisco considera no solo injusta sino inmoral.
Salvo que Trump tropiece rápidamente, lo cual es más que probable, su ejemplo creará un efecto dominó impresionante y, sobre todo, más que preocupante.