Grecia Aguilera

En la colección de Urnas del Tiempo de mi señor padre, el excepcional filósofo don León Aguilera (1901-1997), figura la siguiente pieza literaria titulada «Oración», que el autor ofrenda a Dios, infinitud de las galaxias, manto sideral del Universo, misericordia y clemencia ante el abismo. Esta magnífica plegaria es una hermosa dádiva para el presente año 2017, que avanza con rapidez. La Urna del Tiempo manifiesta: «¿Quién eres ante mí? ¿Quién soy yo, ante Ti, Infinito? Un pulso soy, un pulso apenas de tu estremecimiento. ¿Cómo desconocerte? En temblor constelado me influyes. Dialogo contigo. Si te inquiero a mi noche respondes, relámpago descendiendo por estelares escalas. Te integro en mí: negarte sería anularme a mí mismo. Sin Ti pierdo el rumbo, tropezando, tanteando tinieblas. Espejo es mi conciencia, que refleja tu imagen divina. Te intuye el bruto, el árbol, el agua, la roca, y sólo te reconoce el hombre, que sobrecogido te invoca. Te presintió el primitivo, en el rayo, en las tempestades, y en cuanto polifónicamente te expresa. Y ¡horror! hubo pueblos que hiciéronte dios de la guerra, llevándote al frente de portaestandarte invencible. Del hombre repudias el temor servil de rodillas; recoges la plegaria del bien que se esparce en la vida. Lejos de idolatrías terráqueas te instalas, en donde las galaxias en fantásticas rondas sidéreas destellan, y como los planetas giran ante el sol volteando, y como el Sol girándula enorme de oro en la Vía Láctea rueda, y como las galaxias expandiendo van las galaxias… ¿Qué buscan? Gravitan a donde Tú eres Sol de los Soles. Tu pensamiento es polvo cósmico inmerso, ¡qué poemas estás con nebulosas plasmando! Y emanando ¡Oh Ser Cósmico! en el fluir de lo etéreo. Luz, tiempo, espacio, funden tu propia sustancia, siendo el esplendor que de tu mismo espíritu irradia. Desde distancias astronómicas estás junto al hombre, providente al clamor de su temor y de su angustia. Mas si soy infundido en Ti, si soy esa afluencia de tu Numen, es que mi espíritu en tu llama crepita, hálito soy de tu soplo celeste en lo inmenso. Y la conciencia, y la mente, y la razón, la justicia, el amor, la belleza, son tu misma eterna inmanencia. Este espíritu se arde en tu propio místico ensueño, mi dolor cultiva divinos jardines futuros. Árida ciencia esquiva nombrarte, materia lo único busca para ahondar la miseria reptante del hombre, y en vez de su excelsior en su fangal sumergirlo. Más allá de la materia ¿a qué inquirir? Esa ciencia topo es de día, murciélago de noche sus alas abate. Transparentad el átomo, id más en lo invisible, tras la sustancia real en que lo divino palpita, pólenes de estrellas fecundando están el espacio, rodeándote a modo vasto fulgente incensario. ¿A dónde ir sin Ti? Supremo, a quien los duelos elevan sus preces, en pos de iluminar azul esperanza. Vano es calcular con la cifra desnuda lo innúmero: si el sabio todo lo mide, a Ti no alcanza a medirte. Si desde Ti el espacio dilátase en lo inconcebible, de las constelaciones te arrulla superba armonía, mientras yo nébula cruzo indeciso en lo azúreo, y como un sueño en un sueño celeste me fundo. Sé que voy exhalado hacia Ti como lampo, desde el molde del cuerpo a la forma total del espíritu. Y un día liberado de rebelde tosca materia, seré luz en tu luz, de tu saber abriendo el volumen. Esto hermoso, sublime, esto heroico, en el nexo fraterno nos libera para ir conquistando en los días la muerte, para aladamente luego, cintilar lo sublime y más allá del Mal el Supremo Bien conociendo, cuando el misterio arroje sus velos, y el Sancta Sanctorum se abra y relampagueante revélese. ¡Ah, quien mira Tu rostro, el halo divino recibe: integrado en Tu gloria que pasan cantando los orbes!»

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