Oscar Clemente Marroquín
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Ayer el Congreso declaró con lugar el antejuicio contra la magistrada Blanca Stalling, allanando el camino para el inicio de un proceso penal en su contra por haber intentado usar su influencia para favorecer a su hijo en el proceso que se le sigue por negocios con el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social. Se trata, sin duda, de la más poderosa figura en la actual Corte Suprema de Justicia porque representa a los sectores más tenebrosos del poder oculto que metieron, a puro tubo, a la mayoría de los integrantes de ese alto tribunal para que fueran garantía de impunidad.
Cuando se produjo el escándalo de Baldetti, influyó mucho la figura que proyectaba con ese su carácter cínico y retador que mostraba su intención de burlarse de la ciudadanía. Stalling hizo otro tanto y se fue ganando tanta animadversión que ni siquiera pudo postularse para presidir la Corte Suprema de Justicia por los enormes anticuerpos que ya había generado y los procesos que involucraban a varios de sus familiares. Por ello propuso a Silvia Patricia Valdés para que jugara el papel de marioneta a su servicio en una aventura que empieza a derrumbarse y cuyo desenlace final falta por ver.
Pero hay lecciones que se pueden sacar de este caso vergonzoso para la justicia del país. La primera es que disponemos de entidades que están dispuestas a dar la batalla, aún contra la adversidad, en la lucha contra la corrupción; tanto el Ministerio Público como la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala no se rinden y siguen en esa titánica tarea de enfrentar al monstruo de las mil cabezas que es la corrupción en Guatemala.
La segunda es que no hay personajes intocables y aún aquellos que durante años jinetearon la impunidad a su favor, como el caso de la magistrada Stalling desde que estuvo al frente de la Defensa Pública, deben darse cuenta que hay algunos cambios en el país y que sus burdas actitudes ya no quedarán en el olvido ni sin el castigo correspondiente porque hay gente en el país trabajando con decencia y mística para hacerle un aporte extraordinario a la sociedad en el combate de las viejas y mañosas prácticas de ilegalidad.
Pero tal vez la lección más importante no la dio ni la CICIG ni el MP y tampoco el derrumbe de Stalling, sino la actitud del juez Carlos Ruano, quien lejos de dejarse intimidar por la prepotente actitud de la Magistrada que le citó a su despacho para instruirle sobre cómo debía favorecer a su hijo en el proceso conocido como IGSS-Pisa, tuvo la entereza de denunciarla y la visión de grabar la conversación durante la reunión a la que fue citado en las oficinas de la Corte Suprema de Justicia.
Y digo esto porque en la lucha contra la corrupción hacen falta muchos Carlos Ruano, es decir personas íntegras y además valientes y comprometidas que estén dispuestas a denunciar la actitud de los funcionarios públicos o de particulares que incurren en los vicios permanentes de nuestro sistema administrativo, político y judicial. Históricamente se ha tenido miedo de denunciar por las eventuales represalias, pero mientras haya ciudadanos con la entereza y el valor cívico de hacer la denuncia, Guatemala tiene mucha esperanza.