Adolfo Mazariegos

En poco más de una semana de haber tomado posesión del cargo presidencial en Estados Unidos, el magnate Donald Trump ha dado tanto de qué hablar como no recuerdo que sucediera con otros presidentes en el pasado reciente (a lo mejor me equivoco). Por todo el mundo sus controversiales decisiones y actitudes han generado incredulidad y expectativa, al punto de que algunos mandatarios como la canciller alemana Ángela Merkel y el presidente francés Francois Hollande han sostenido ya reuniones con la finalidad de analizar las movidas que Trump, en pocos días, ha realizado en su particular tablero de ajedrez. En ese sentido, algo que sin duda hay que reconocerle al magnate, es que está llevando a cabo aquellas acciones que ofreció durante su campaña, a pesar de que éstas fueran reiteradamente cuestionadas y puestas en duda a lo largo y ancho de todo el mundo. Acciones que muchos vieron incluso como descabelladas o irrealizables, han empezado a convertirse en una realidad no obstante la oposición que puedan tener o las nefastas consecuencias que en un momento dado podrían suscitar. No es lo mismo decir que se tiene claro lo que se “desea” hacer, que tener la claridad de las consecuencias que nuestros actos (particularmente en el marco del ejercicio del poder) puedan acarrear, incluso convertirse en una suerte de boomerang cuyo retorno inesperado puede ser muy perjudicial para el lanzador (algo así como un autogol). Hacer por hacer o simplemente por demostrar poder, realmente no tiene mucho sentido, excepto por supuesto, si se tiene una intencionalidad oculta u oscura que en un momento dado podría llegar a convertirse en algo realmente preocupante. Y eso lo ponen en evidencia, por ejemplo, palabras como las dichas por la embajadora de Estados Unidos ante la Organización de Naciones Unidas, Nikki Haley: “Para aquellos que no nos apoyan, estamos anotando nombres”, lo cual pareciera más bien el anuncio de lo que podría venir en el corto plazo dadas las actuales circunstancias del juego político internacional en el que, países como Guatemala, tan sólo asisten como espectadores o simplemente a la espera de lo que habrá de llegar. Mientras tanto, otros actores a los que probablemente no se les ha prestado mucha atención y que sí tienen la capacidad de sumarse al juego y poner sobre la mesa sus propios tableros de ajedrez (Asia), se mantienen atentos y siguen cada jugada muy de cerca, aprovechando los espacios que usualmente van dejando las decisiones tomadas a la ligera y las crisis diplomáticas como la que ya es evidente entre Estados Unidos y México. América Latina, cuya actuación en la escena mundial ha sido históricamente poco trascendente, sigue siendo un territorio geopolíticamente muy apetecido, y un “patio” que, bien cultivado, puede dar muchos, muchos réditos. Todo apunta a que veremos sorpresas inesperadas en las que pareciera que muchos ni siquiera han reparado… ¡Nunca se sabe!

Artículo anteriorVenezuela: Maduro modifica directiva de petrolera estatal
Artículo siguienteLa vía del diálogo y el frente común