Eduardo Blandón
Hay mucha presión sobre los gobiernos latinoamericanos, particularmente México y Centroamérica, frente a las envestidas del presidente norteamericano, Donald Trump. Algunos quisieran golpes de mesa, expresión de arrebatos emocionales, dada la agresión constante del magnate estadounidense. Como si la exigencia de diálogo, según lo planteado por Enrique Peña Nieto y otros, nos condenara a la humillación y al desprecio.
Y ya lo creo que no debe ser fácil soportar los twittazos de un gobernante del que se depende tanto y cuyas relaciones son necesarias. Como se sabe, la balanza comercial en estos momentos es favorable para México (120,000 millones de dólares en 2015). Las exportaciones a Estados Unidos pasaron de 3,800 millones de dólares en 1994 a 20,000 millones en la actualidad.
De aquí se deriva la queja de Trump al decir que “Estados Unidos tiene un déficit de 60,000 millones de dólares con México, (por lo que) ha sido un acuerdo desequilibrado desde el principio de la Nafta, provocando la pérdida masiva de empresas y empleos”.
México depende económicamente de los Estados Unidos que representa el 80 % de sus exportaciones. Pero además, desde la perspectiva migratoria, su dependencia es vital dado que 12 millones de mexicanos viven en ese país. De ellos, 5.7 millones viven en la ilegalidad. ¿Cómo podría absorber el Estado semejante fenómeno social?
Entiendo que es fácil indignarse porque tocan fibras sensibles que nos hieren. Andrés Manuel López Obrador, por ejemplo, dirigente del Movimiento de regeneración nacional, candidato presidencial, ha pedido demandar a los Estados Unidos desde Naciones Unidas por la violación de los derechos del hombre y la discriminación racial. Y como él muchos más levantan su voz indignada frente al atropello Trumpiano.
La realidad, sin embargo, pide cautela y control de las emociones. Me parece que el camino correcto no sólo va en la línea de exigir sentarse a la mesa para establecer acuerdos mínimos que sean de beneficio para nuestros países, sino la solidaridad de todos para plantear un frente común al desafío del jugador de la Casa Blanca. Lo primero lo ha intentado el presidente mexicano, Peña Nieto, lo segundo está aún por verse.
Creo que Guatemala debe aprovechar no solo algunas iniciativas planteadas por países del cono sur como Bolivia, sino también unirse a las voces que ya se elevan desde Europa, Francia, Alemania y Reino Unido, por ejemplo. Es claro que aisladamente estamos condenados y las potencias velarán siempre por sus intereses. Un magistral ejemplo lo dio Canadá cuando declaró “queremos mucho a nuestros amigos mexicanos, pero nuestros intereses nacionales van primero y la amistad después”.