Oscar Clemente Marroquín
ocmarroq@lahora.com.gt
La economía de Guatemala ha tenido una estabilidad que no tiene nada que ver con el crecimiento interno sino que depende, de manera extraordinaria, de las remesas familiares que envían los migrantes que se fueron a trabajar a Estados Unidos sin papeles, forzados por la desesperación que causa la falta de oportunidades en el país y las condiciones perpetuas de inseguridad que agobian a los guatemaltecos. En ese sentido, las remesas son los huevos de oro y los migrantes la gallina que los produce a costa de enormes sacrificios, de riesgos en el viaje hacia el norte, de discriminaciones más o menos groseras y de tener que vivir en el país más desarrollado del mundo en condiciones que distan mucho aún de las que tienen que soportar los más pobres de esa gran potencia.
Durante su campaña, el actual Presidente de los Estados Unidos cargó contra la migración ilegal a la que identificó como mexicana cuando dijo que eran criminales, violadores y narcotraficantes, pero ayer firmó una orden ejecutiva, algo así como un decreto presidencial, para que el departamento de Seguridad Interna (Homeland Security) arranque con la construcción de un muro que, según dijo, conviene a México y Estados Unidos porque es para contener la migración de los países centroamericanos, la cual consideró como una amenaza seria a la seguridad de su país.
Ya se habla de establecer un impuesto a las remesas familiares, además de incrementar el ritmo de las deportaciones, todo lo cual confirma las más negras predicciones que se hicieron sobre el futuro de los migrantes en el caso de que se eligiera a Trump como presidente. Si bien es cierto que hará falta que el tema sea abordado en el Congreso para el impuesto a las remesas, no puede abrigarse mucha esperanza de que vaya a haber una política menos agresiva y más humana. Acaso el cabildeo que harán los productores agrícolas y los proveedores de servicios, especialmente hoteleros y dueños de restaurantes, haga que algunos legisladores piensen dos veces en lo que para sus electores en esas áreas significaría dejar de contar con la barata y muy eficiente mano de obra de los trabajadores centroamericanos en general y guatemaltecos muy en particular, pues es muy reconocida la calidad de nuestros compatriotas tanto en labores agrícolas como en las de hotelería y comida, entre otros.
El panorama para nuestra economía se vuelve muy sombrío como resultado de esas nuevas políticas y no tenemos internamente capacidad para ofrecer a quienes migran las oportunidades necesarias para que se queden aquí ni, mucho menos, si el ritmo de las remesas empieza a bajar como consecuencia de las restricciones que han sido ya ordenadas por Trump desde la Casa Blanca y que tendrán que ir al Congreso para cobrar plena fuerza.
Durante años las remesas nutrieron la economía destinadas fundamentalmente al consumo, lo que hizo que muchos negocios locales prosperaran al ritmo de esa afluencia de dólares ganados con sangre, sudor y lágrimas. No hay una política de Estado para atender la crisis, como no la hay para absolutamente nada, y cuando muera esa gallina, vendrá el llanto y crujir de dientes.