Pedro Pablo Marroquín Pérez
pmarroquin@lahora.com.gt

Parafraseando a James Carville, aquel asesor de Bill Clinton que en las elecciones de 1992 planteó que la campaña se centrara en la economía con aquella famosa frase de “es la economía, estúpido”, hoy creo conveniente usarla para recordarle a los ciudadanos que en Guatemala nos debemos fijar en el Congreso si deseamos que algún día, por la vía institucional, se materialicen los cambios que nos permitan tener una Guatemala en el que se abra el espectro de oportunidades.

De ese Congreso consagrado con las mañas más sucias depende cualquier reforma política, cualquier reforma del Estado, de los sistemas de salud, de educación, de compras y adquisiciones, de la rendición de cuentas, de la política fiscal y de un enorme etcétera.

Y es que desde 2014 el Legislativo no ha sentido la presión de la ciudadanía. Primero fue la Corte Suprema cuando Claudia Escobar denunció que la elección de los jueces había sido amañada por los diputados y actores como el Rey del Tenis y luego en el 2015 fue el turno del Ejecutivo de Pérez Molina y Baldetti, pero en ambos casos todo terminó en nada.

En el caso de la CSJ porque la gloriosa Corte Celestial (CC) decidió que no había tales vicios, y que para mantener la “institucionalidad” había que darle vida a lo pactado en las postuladoras por las fuerzas más oscuras del país, y en el caso del Ejecutivo porque el 6 de septiembre de 2015 (quizá agobiados por la falta de opciones) los ciudadanos eligieron más de lo mismo solo porque nos era desconocido que FCN-Nación tenía los mismos problemas de financiamiento que el PP, la UNE, CREO, TODOS; UNIONISTAS, LIDER, etc. y porque lo de “ni corrupto ni ladrón” sonó diferente aunque ahora lo veamos diferente.

Y cité el caso de la Corte y el gobierno central pero no puedo hacer lo mismo con el Congreso porque ellos nunca han sentido en la nuca el hartazgo de la gente, tanto así que se inventaron en este 2017 nuevas comisiones para que algunos nenes se pudieran hartar de más dinero y se repartieron como chinche las comisiones más importantes (como Finanzas, Asuntos Electorales, Derechos Humanos, de Legislación y Puntos Constitucionales, Energía y Minas por mencionar algunas) que han sido, son y serán dirigidas por gente sin credenciales que no tienen mayor idea de lo que hacen, pero si tienen claro que se trata de hacer negocio a como dé lugar y por la vía que resulte necesario.

El cambio más difícil para una sociedad, especialmente una como la nuestra en la que hemos dejado que los males sobre los que fuimos fundados se fortalezcan cada día más, es el hecho de convertir en ciudadanos a quienes han sido indiferentes, ya sea por complicidad o por ignorancia.

Cambiar el país es un tema ético, de moral, de justicia, pero si eso lo estima que es un argumento de “izquierda”, debe entender que cambiar el país también es un tema económico porque en la medida que nuestro crecimiento dependa de las remesas que mandan desde Estados Unidos y que la gente siga siendo nuestro mejor producto de exportación, nunca podremos soñar en grande (traer o armar con chapines una planta de ensamblaje de carros o tecnología a gran escala, por ejemplo) porque no tendremos el recurso humano para satisfacer esa necesidad pues no hemos invertido en la gente.

El Congreso es la llave, porque tal y como están ahora estructuradas las cosas y cooptadas las instituciones, no importa si tenemos un presupuesto de 100 o de 500, si recaudamos 100 o 400 o si la deuda es de 25 o 125, porque el dinero que hay es para alimentar la corrupción y no para presupuestar, diseñar y poner a andar un país nuevo en el que quepamos todos.

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