Oscar Clemente Marroquín
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Hay muchos elementos para el análisis en las primeras horas de la nueva Presidencia de los Estados Unidos desempeñada por el magnate Donald Trump, pero el que me parece más importante, no solo por su contenido sino por el evidente riesgo que existe, es el relacionado con el tema de la libertad de expresión que es parte esencial de la Primera Enmienda de la Constitución de ese país y que constituye un pilar dentro de la carta de los derechos inalienables de la ciudadanía.
Es normal, y ocurre en todo el mundo, que los políticos se molesten con la prensa cuando la misma cumple con su deber de informar de manera objetiva y certera. Por humana naturaleza, todos quisieran leer o escuchar elogios y nunca una crítica en su contra, pero el ejercicio del periodismo honesto implica relatar no solo lo que quieren los poderes que se divulgue, sino aquellas realidades que evidencian debilidades en la forma en que se ejerce el poder o funcionan los sistemas políticos. Y en Estados Unidos se ha consagrado la idea de que la prensa es una especie de instrumento de control del poder político porque ofrece a la opinión pública diversidad de enfoques y puntos de vista que permiten al ciudadano hacer su propio balance de la realidad.
Ello porque no existe un periodismo absolutamente objetivo pues varían las perspectivas, las prioridades, el enfoque ideológico y hasta la percepción de la realidad como parte del factor humano que incide en la forma y tono en que se difunden las noticias. De ahí que la variedad de enfoques, la diversidad de criterios, permite al ciudadano hacer un balance para formarse el suyo y definir su propio punto de vista. En los países en donde se uniforma la información se le veda al público ese derecho a contrastar los enfoques y se apunta al llamado pensamiento único propio de los regímenes dictatoriales.
Trump no ha ocultado su desagrado por la prensa que no comparte su visión de los Estados Unidos de América y del Mundo. Para él, esos medios son mentirosos que falsean la realidad o la manipulan para impulsar su propia agenda. Muchos de ellos son verdaderas instituciones en la historia de la comunicación social y han hecho importantes aportes a la consolidación de la democracia, pero ahora se enfrentarán, quizá por vez primera en su historia, al tipo de represión y confrontación que ha sido propia de los países menos desarrollados, en donde no hay costumbre de diálogo ni de tolerancia o respeto a las ideas ajenas.
Estados Unidos ha sido uno de los países del mundo en donde más se ha respetado siempre el derecho a la libre expresión y la libertad de prensa, mismos que se consideran como valores sagrados para la existencia de la democracia. Estos cuatro años que vienen serán críticos para el tema y habrá que ver cómo el Presidente y su entorno, totalmente intolerante, maneja la situación y también cómo los medios se enfrentan al primer gran reto en el que un gobierno, abierta y decididamente, se propone minar las garantías contempladas en la Primera Enmienda a la Constitución.