Eduardo Blandón

Si nos atenemos a los medios de comunicación social, el viernes inauguramos la era Trump. Hecho confirmado meridianamente por el volumen de noticias generado a partir de cada palabra del millonario convertido ahora en Presidente de los Estados Unidos de América. Se espera que el líder sea un gobernante ubicuo y por ello, una especie de fantasma inadvertido cotidianamente.

Más allá de la preocupación compartida por la novatada del aprendiz de político, me espanta que su actitud se extienda como pan caliente entre tanto sujeto que, inoculado desde el nacimiento por una cimiente malévola y viciosa, no sabe sino replicar conductas ajenas. O sea, una mimetización que oportunamente encuentra cauce en la contemplación de un ejemplar, juzgado como maravilloso.

No tardarán los que teniendo vocación xenófoba y comportamiento rudo, encarnen esa conducta «Trumpiana» que los hará lucir tan ridículos como crueles. Mimetizados en la imagen que respetan, multiplicando gestos y repitiendo frases. Participando de una ideología que finalmente va en contra de ellos mismos y su cultura.

Es inevitable, Trump está de moda. Unos lo imitarán porque necesitan dar fundamento a su voluntad de poder, porque así son, tiranos compulsivos por una degeneración de la naturaleza. Otros, al estilo de líderes extremistas como Marine Le Pen de Francia, fortalecerán su inclinación en virtud del contagio.

Desgracia planetaria la que nos trae el Presidente americano. Mejor nos fuera copiar al creador de Facebook, Mark Zuckerberg, quien entre sus resoluciones de año, se ha propuesto viajar y conocer los Estados que no conoce en su país. Qué tal si los infames no hacen maleta y diluyen su odio en las montañas de Guatemala. Vivirían más, para nuestra desgracia, pero tanto oxígeno nacional, quizá nos los regresen más purificados, menos simios.

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