Adolfo Mazariegos

En estos primeros días que van del 2017 he escuchado varias veces frases y comentarios como: “luego lo arreglamos” o “hagámoslo así y luego vemos” o “ahí que miren los demás después”… Escuchar palabras como esas me han servido como punto de partida para una necesaria reflexión acerca de acciones o actitudes en las que muchas veces no reparamos, aunque debiéramos hacerlo, dada la trascendencia y el efecto que ello tiene tanto para la sociedad en su conjunto como para cada persona en lo individual. En Guatemala nos hemos acostumbrado, tristemente (y dicho sea de paso en buen chapín) a hacer las cosas solo por salir del paso, luego vamos destapando un agujero para tapar otro, o dejando que pase el tiempo para que alguien más solucione el problema cuando, tal vez, ya ha crecido de manera tal que es mucho más difícil y complicado encontrarle una solución perdurable o definitiva. Eso lo vemos en todo el país, en distintas áreas de la vida y del quehacer humano, y casi nadie (para no generalizar, puesto que tampoco sería correcto) puede decir que no ha caído alguna vez en la tentación de hacer algo solo porque sí, sin el esmero y el esfuerzo que supone hacer las cosas lo mejor posible y conscientes de todo lo que ello significa para el presente y para un futuro que se acerca inexorablemente sin que nos demos cuenta. Lamentablemente, esa tendencia (por llamarle de alguna manera) se ha ido extendiendo y casi generalizando al punto de convertirse en una suerte de cultura, la cultura de “luego lo arreglamos y a ver qué pasa”. Pensar de esa manera ha hecho que, por ejemplo, no nos demos cuenta de que es precisa nuestra participación en los asuntos públicos; en la toma de las decisiones que nos afectan a todos; o en la elección de gobernantes capaces y preparados que respondan a la lógica de trabajar por el bien común y no en función de intereses propios o particulares. Por causas como esa, aunque no lo visualicemos de esa manera, es que seguimos con carreteras en pésimo estado; con escuelas que se caen a pedazos; con obras eternamente inconclusas; con funcionarios de alto rango que dicen “dijistes” y no dijiste (como debe ser)…, en fin. Este inicio de año puede ser un buen momento para reflexionar y pensar en hacer mejor las cosas, en poner nuestro esfuerzo, empeño y honestidad en todo lo que hagamos. Que la cultura de luego lo arreglamos no tenga cabida en nuestra forma de pensar y actuar. Las cosas hay que hacerlas bien, no a medias, ni como caiga, sino lo mejor que se pueda. Hagámoslo por un futuro mejor, por un mejor país, y por aquellos que vienen siguiendo los pasos de cada generación que más temprano que tarde tiene que ir dejando espacio para que alguien más ocupe su lugar… Recordémoslo.

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