Alfonso Mata
Orden jurídico y repartición de fuerzas sociales bajo una constitución democrática, son la base de una verdadera democracia. Pero si todo ello se concentra en manos de pocos que se convierten en dueños del poder, la cosa cambia a un Estado unitario y totalitario. Las experiencias históricas políticas de nuestra patria, nos han mostrado que se ha tratado de agotar hasta el límite medios y recursos y quién sabe si todo ello, no está en camino de traspasar la competencia estatal, ante una situación social de condiciones anárquicas, que camina hacia el desorden y la ingobernabilidad, recortando libertad y oportunidad, cada vez para más gente. Lo que se ha estado promoviendo con desfachatez y prioridad, son proyectos políticos que tienen y poseen elementos de construcción disponible y calculable en beneficio de pocos, con gran represión de muchos tipos, que desemboca en violencia y ahorcamiento del libre juego social, despojando de oportunidades y equidades a individuos y comunidades.
Pretender un hombre feliz a través del terreno político, parece hasta cierto punto un intento imposible que excede y traspasa el marco político y su acción. Acometer una visión futura del hombre, se vuelve una pretendida forma de dominio ideológico y no realista si no se elimina completamente la antigua estructura política y social y sin realizar a cabalidad los planes nuevos para lograrlo. Actuar con parcialidad, sólo genera confusión y falsas esperanzas, con ocultamiento de propósitos y objetivos verdaderos del régimen y usurpando en su provecho no solo cosas y bienes sino elementos culturales, por medio de instituciones, conceptos y situaciones, donde no existe ni derecho, ni la justicia, ni obediencia a la Constitución para los que mandan y gobiernan, con lo que configuran una nación con dos tipos de normas sociales y políticas.
Dos realidades como las manifestadas que ni se complementan ni se ajustan, crean áreas de oscuridad en ambas y una diferenciación clara de conceptos y valoraciones morales que permite doble moral en todos, dependiendo de las circunstancias en que se vive y creando un valor general de carácter nacional denominado “oportunismo” que socava cooperación y equidad en todos los aspectos de la vida social y fortaleciendo la ambigüedad individual ante lo social, que termina en una permanente falsificación y cuando se niega una legitimidad a la propia existencia, todo lo que sucede se reviste de aprobación; desaparece el “No” y aparece el “Sí… pero” y se tiene que ser un superman, para no resbalar en uno y otro mundo.
La gran lección de todo esto es que cuando la sociedad cae en manos de un sistema como el que tenemos y mantenemos y es sometida a un plan corrupto, se envenenan todas las interrelaciones naturales entre los individuos y su sociedad y por eso, todas las manifestaciones de la vida se falsifican y tuercen desde el nacimiento y eso hace y torna más fácil, que el régimen se las arregle para producir para su molino y explotar para sí todo.
Ante tales condiciones, se necesita de mucho tacto humano, cooperación y compromiso ciudadano y deshacernos del conformismo y generar una actitud clara de operación. Una vez decidido ello, trazar el límite de la colaboración y compromiso individual, a fin de detener la perversión de la vida social. Solamente así, podremos darle una dignidad y autonomía al guatemalteco, con puntos de referencia en el derecho y la justicia con equidad. Lo que actualmente está en juego no solo es una consolidación de actuar jurídico, sino conceptos y actuaciones político-morales y mientras no percibamos con claridad y actuemos sobre las raíces y en los mecanismos de la confusión y permisibilidad perversa de ese accionar político-social y los destruyamos, la falla moral y social continuará, el crimen aumentará, lo que implica que los horrores no solo son producto del fracaso político, sino de una mentalidad que viene trabajando detrás de un sistema social que también debe cambiar. La suerte o la desgracia de una nación, está en su capacidad de cambiar o ajustar la evolución de sus habitantes ávidos de porvenir, en donde discrepan considerablemente las opiniones de un qué y un cómo, pero no de un para qué. La posibilidad de llegar a ideas claras, es imprescindible y necesario, de lo contrario, seguiremos siendo una sociedad dominada por el abuso.