Lucrecia de Palomo

Es en el silencio donde se aprende a escuchar y en la oscuridad se ve más claro. Llegó y pasó la Navidad ante el barullo de las fiestas, por lo que muchas veces pierden su sentido. Esta es la segunda Navidad que siento la tremenda ausencia de Pancho, mi compañero de vida (la canción diría, mi media naranja), aun cuando estoy consciente de su constante presencia. Quienes le arrebataron la vida –no únicamente los sicarios, sino los que pagaron para que se hiciera- no deben entenderlo pues eso de la vida eterna está ausente de su realidad; mucho menos el saber que somos alma y cuerpo. Un alma indestructible y perpetua.

Aun guardo luto. En occidente esta acción de vestirse de negro por la muerte de un ser querido tiene como significado externar el sentir interior. Antaño esta costumbre era muy rígida y la sociedad lo exigía; una viuda debía llevarlo durante toda la vida. Este ejercicio ya no es visto con buenos ojos y hasta se dice, por los psicólogos, que es contraproducente para la salud. Para hacer cambios mentales es necesario primero hacerlos físicos y justificarlos, darle otro rumbo y otros nombres. Sin luto llega más rápidamente el olvido. Al quitarle importancia a la muerte se busca que no se piense en ella y en sus consecuencias. Yo tomé la decisión que lo guardaré hasta que los asesinos de Pancho sean sometidos a la justicia –tanto los que le dispararon como los que pagaron por hacerlo- para que el crimen no se olvide. Quiero que la sociedad tenga presente que cada día en este país, son muchísimas familias las que pasan por ese dolor, que el asesinato es una empresa para ganarse la vida para unos y para otros es la forma de solucionar sus problemas.

¿Cuántas personas han sido asesinadas que ya no recordamos y que no nos importa que los causantes sigan haciendo lo mismo? Si en Guatemala se siguiera con la costumbre de colocar cruces en las calles donde han muerto personas, las ciudades parecerían cementerios. Pero, con el olvido viene el conformismo y si no recuerdo es cómo si no sucedió. La indiferencia social está carcomiendo a la misma sociedad y con el giro que se le da a las creencias los valores humanos se ablandan y sustituyen.

El concepto de tolerancia ha venido a disfrazar algunos de estos cambios; lo que molesta a las minorías se convierte en imposición para las mayorías llegando a ser difícil discernir entre tolerancia y complicidad. Generalmente los cambios empiezan por tergiversar los conceptos y es el lenguaje quien permite las permutas, sobre todo en ideologías. El asesinato es y seguirá siendo un crimen que debe ser castigado, sin importar a quien o por qué se cometió; debe ser perseguido el asesino porque el Estado es el responsable de velar y defender al ciudadano, no podemos convertirnos en cómplices de aquellos que piensan que el fin justifica los medios.

Navidad nos lleva a tomar conciencia del valor de la vida. Son esos valores humanos, los que se quieren tergiversar por medio de regalos, fiestas y comida; lo importante de ella es el amor por el cual se hizo Hombre Dios al nacer en una familia. Él vino a recuperarnos a la vida eterna y a ratificar el valor familiar. Por eso el asesinato no puede ser permitido ni convertirse en un hecho difuso al cual nos estamos acostumbrando pues destruye al ser y a la familia.

Que el color negro, que llevaré en mis vestiduras hasta que la justicia alcance a los asesinos que arrebataron la vida de Pancho y de cientos de miles más, recuerde que sin justicia no existe paz; y a mí, cada vez que me lo coloque, la necesidad de orar por las víctimas, los asesinos y por el mundo entero para que volvamos a poner de moda el valor de la vida y la familia.

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