Eduardo Blandón

Si las estadísticas tuvieran súper poderes, los guatemaltecos sentiríamos que vivimos en un país seguro.  Andaríamos con tranquilidad en los buses, los carros no tendrían polarizados y nadie se asustaría con una moto al lado.  La violencia no aparecería en titulares de prensa ni sería un tópico de conversación frecuente entre tantos.  Eso solamente si los números tuvieran poder.

Desafortunadamente no es así.  Que hoy se diga en la prensa que la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes a nivel nacional ha descendido porque pasó de 29.54 (en 2015) a 24.96 (en 2016), no dice mayor cosa.  Permite cierta esperanza, eso sí.  Hace que el desayuno sea más digerible y que se active el optimismo, pero de ahí no pasa.  Sucede que la percepción tiene un efecto mucho más convincente.

Como si existieran dos órdenes, el de los números con sus gráficas elegantes y el de la realidad que se impone grotescamente, el ciudadano no puede sino decantarse por la experiencia trágica cotidiana.  En ese punto, la memoria aplaza la fiesta para recordarnos las innumerables veces que fuimos víctima de los atracos: el asalto en el restaurante por empistolados, el robo de celular en el semáforo, el susto provocado por los delincuentes al tomar un bus y un etcétera que acelera descontroladamente nuestro corazón.

Por ello, no son descabelladas las declaraciones dadas por Walter Menchú, experto en seguridad del Cien, cuando al enumerar las penurias de los ciudadanos entiende las razones por la que las cifras sean una especie de literatura rosa.  “Ese tipo de cosas pequeñas tiene mayor impacto en la percepción de la inseguridad en la población que un muerto en la calle, aunque en el caso del muerto es más grave el delito”.

Dicen que hay tres clases de mentiras: las mentiras, la maldita mentira y las estadísticas.  Creo que es una humorada.  Lo que sí es cierto es que el Estado debe disminuir los homicidios y comprometerse más en eficazmente en brindar seguridad a tantos guatemaltecos que hoy caminan por las calles con la duda si volverán a casa sanos y salvos.  Cuando eso suceda, haremos de las gráficas poesías de exquisito consumo.

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